Frasario

"Y todo comienzo esconde un hechizo"

José Knecht

28 sept 2011

Te odio


Te odio

Te odio tanto que me enfermo,
Que pienso que este odio es imposible,
Que el odio que siento no puede, no debe
Ser mi odio ni poder dirigírtelo al pecho
Como una flecha envenenada de odio.

Este odio es tan odio que eres tú,
Que no puede ser ninguna otra cosa,
Que el sentimiento más profundo
Que haya sentido jamás.
Me paro a pensar
En el odio que te profeso
Y me pierdo en recordar
Todo aquello que me hace odiarte,
Que me envenena, que quiere
Envenenarte,
Y que dejes de existir.

Es un odio en lo más hondo
Que llega de las entrañas y
Se posa en la cabeza para
Emponzoñarte el alma desde
Sus adentros.

No es odio, es su esencia,
Lo que provoca aquello
Tan enorme y bello , e importante
Que es imposible que desaparezca;
Tan arraigado que molesta,
Que destruye, que
No puede existir para contigo
En mi cuerpo y
Que guias mis pasos
Hacia tu cuerpo
Que odio,
Hacia tus besos,
Que detesto.

Para beber después
Del odio de tus pasos
E incrementar el que ya te tengo.
Y ver crecer, cómo crece
Mi odio cuando te veo,
Es mirar en la fuente
Del odio que mancha de negro
Mi interior, y aquellos recuedos
Que no son culpables
Del odio profundo
Que te tengo.

En realidad entiendo
Que no me entiendas,
Pues es tal cantidad de odio
El que te tengo
Que comprendo
La falta de fé
En algo que se pueda odiar
Tanto,
Y con tanta fuerza,
Tan intenso;
Que te odie más cuando
Porfín a ti te hablo
Y te veo,
Solo un poco mientras
De más odio me llenas;
Cuando al fin te odio con palabras
Y tú me las devuelves
Manchadas de más odio,
Y nos odiamos en silencio
Bajo la estrella tenebrosa
Del oscuro odio,
Ese que nos hace ver
El odio con cariño hacia
El odio.

Impregnarnos tú en mi odio
Y yo en el tuyo,
Yacer bajo el odio;
Porque yo sé que tú me odias,
Mas tú no sabes, ni tienes
La más remota idea
De cómo yo te odio,
De cómo te guardo ahí abajo
Bajo kilos de odio,
Y que te entierro profundo para
Que te quedes allí en el fondo,
A kilómetros de mi,
Bajo kilos,
Toneladas
De odio.

“Te odio tanto,
Que yo mismo me espando
De mi forma de odiar”

Que muero de odio mientras
El miedo me muerde,
Tan rápido que devora,
Que no mata:
Aniquila.


Odio la tranquilidad de tu figura
Y odio tus manos en las mías,
la cercanía que transmiten
Tus ojos
A los que odio más que
A nada, más
Que cualquier cosa
Cuando me miran.
Y más te odio; ¡Dios!
Cuánto te odio
En sueños y despierto,
Como soñando despierto
Te odio.

¡Pero cómo puedo estar ansioso de tu odio!
Siempre esperando el momento
En el mar de odio y tiempo,
Para dedicarles
Segundos de mi odio,
Que es infinito
Aquí adentro.

¡Ay ¡
Si yo te odiase más,
Más que es imposible;
Solo sabría amarte.
Y tendría que aprender a odiar
El amor.

23 sept 2011

Sabanas ajenas


Hace tanto tiempo,
Tanto, que anhelaba contemplar
Las extrañas formas
Que el universo otorga
En un cuerpo,
Unos ojos, o una sonrisa
Queda;
Tanto que lucho en la espera;
Que ahora que duermo
A nueve pasos de tu estela
No sé, si ser observador impertérrito
Del paso de tus sueños
Bajo tus párpados,
O partícipe abandonado
Al furioso encanto
De tu pelo;
Tus manos,
El perfume,
O tu profundo lenguaje,
Bajo el que mermo
Y me crezco luego.

Y es tan complicado,
Tanto, como lo son las horas
Del desasosiego,
O la espera, o la llegada
Del sueño.
Es así que miro
Analizo y aprendo
Todo lo de allá afuera
Donde sólo veo,
Y comprendo,
Como te guardan envidia
Las estrellas
Allí bajo el infinito firmamento
Que las baña y nutre,
Pues son eternas;
Mas como los mortales
Nunca sueñan.

Tan solo pueden observarte
Des de allá, tan lejos,
Como mi alma desearte,
Desde acá, tan cerca.
 Que puedo sentir el llanto
Crómático
Y el crepitar marchito 
del tic tac Impávido,
Que marca horas y un
Sentimiento,
Que prende en la garganta y
Va hacia mis labios
Que son tan tuyos
Que no me quejo.

Pero solo, y es mi pena,
Puedo tenerte entre sueños,
Mal dormidos,
Entre noches que unen, separan,
Esperan;
Y entre sábanas ajenas.

22 sept 2011

Del otro lado



Y pasar mirando del otro lado
Donde
La vela candente que ondea
En el delicado horizonte
Consume con su perfume infame
El hálito exangüe de la noche:
El salto al escenario,
Desde la platea;
Donde la lozanía de un cuerpo
Es táctil, es dúctil; como el verbo:
Caliente.

Allí en el abismo,
En que le arranca a un Ángel
De sus oídos el insomnio
A golpe de susurro:
“Fuego, camina conmigo”
A través del dorado titilante
De valles y montañas
Guia
Mis manos que son ríos
A través del campo vedado
Del pecado.

Enséñame el camino;
A velar mi miedo;
A ser dueño de estas manos,
De estos ríos, de estos sueños
Que vivo en vela y vivo,
Que siente y siento
Con la corriente
En este cuarto frío,
En esta llama que arde
E ilumina
Aquel recuerdo grabado a fuego
En mis sentidos.

Ser la luz de la vela que
Te acaricia lenta
Todo el cuerpo,
A eso aspiro en el momento
En que te miento:
"No pasa nada”
Y te respiro.
Tan cerca
Que me cercas,
Y el resto:
Tan solo olvido.

18 sept 2011

ADICTOS S.A.: Las llaves, las mañanas, las adicciones.

Más material puramente literario.
Adictos S.A.: Las llaves, las mañanas, las adicciones: " Él cuelga de una chincheta, yo pendo de un pelo de crin de caballo; debajo ni Damocles ni nadie, solo la nada"



14 sept 2011

ADICTOS S.A.: Cerillas: Al lector-hembra

Adictos S.A.: Cerillas: Al lector-Hembra:  "Mar caótico de encrestadas olas, Sur infinito del que relego, al que me aferro y en el que me hundo cada noche. Mar enfermo, azul, brillante, plácido y guerrero."





8 sept 2011

ADICTOS S.A.: De adicciones y perdiciones

Adictos S.A.: De adicciones y perdiciones: "¡Ayuda!" Gritas con el hígado, gritas con el páncreas, gritas con el dolor del pecho, con las manos desnudas y con los ojos"

4 sept 2011

Un sábado de vida nueva en un adicto.




Mientras el cáncer acaba conmigo yo me voy guardando los recuerdos difusos de una noche llena de excesos importantes, de vacíos abruptos y terribles soledades en compañía; de huecos en el techo, campanas de misa al despertar y de 10.000 días de truenos, tos y sudor.
Al despertar comenzaron a surgir las breves remembranzas de aquella manera tan clásica en la que poco a poco se descubren, tirando del pequeño hilo de los sueños, los sucesos que tuvieron lugar. Asido el endeble hilo, con verdadera fidelidad, fui encontrando en qué deseos gasté mas o menos tiempo aquella noche. Gracias Ariadna.
Cuando me paro a pensarlo, acto imposible, solo recuerdo imágenes entre una bruma extrañamente placentera y acogedora: una mesa grande, un cuarto grande, una cama enorme: un deseo ardiente, un calor sofocante, una luz titilante. Las cervezas y cervezas en la mesa grande, la escapada al tejado privado; la burla a la terrible muerte bajo los efectos anestésicos del ibuprofeno, el stopcold y lo medicinal de todo en aquella noche. Veo la imagen al despertar del cuchillo enorme sobre la pequeña lata de cerveza, y cercano a este singular par, tras la odisea, el “Macedonian Halva” (aunque originalmente venía en caracteres griegos), que viene a ser un pastel aceitoso pero seco, hecho de almendras y quién sabe qué más, típico de aquel país donde nació mi Hiperión.
Recuerdo al polaco de las JMJ con el cuchillo cortándolo después de un litro de cerveza y otro de tinto de verano, eso “ que en mai país nou exist...existe?” “Bueno, allí no, porque aquí tenemos ingredientes mágicos que hacen que esté mucho mejor cuando lo hacemos, pero puedes intentar en polakia mezclar vino y ‘fanta ‘ de limón, y si le echas hielo, puede que se acerque al de aquí”. Y el tío que no se entera y asiente con la cabeza, y la niebla engulléndonos. Y el Papa en Roma, por lo menos.
Ahora recuerdo los vasos en el suelo y las bebidas sobre el cuerpo, el olor; así como el aroma dulce, el sabor amargo, la boca seca, el deseo infame, el sentimiento extraño, la risa tonta, la tos nerviosa; todo eso recuerdo. La lámpara de lava que se apaga y más bien apaga ella.  “uy qué pena” dice, y nos reímos, y qué más da. “abrázame” y la cama en el centro, nosotros en medio, y todo por mitad; el cuarto patas arriba, y yo sin cartera ni calcetines. “Yo duermo sin pantalones ( es la terrible verdad)”  le digo. “anda que también, con vaqueros  largos, quítatelos”. Luego “que esto no puede ser” y otra vez la risa floja; y las vueltas y medias vueltas, y el pelo en la almohada.  “entiendo el pelo largo” le digo nuevamente. O el olor a vainilla, que ya me ocupé yo de negar rotundamente que solo fuera eso: las mujeres no entienden de perfumes de mujeres, de recuerdos de hombres, ni sábanas limpias.
También me sueno yo, a mí mismo haciendo té, moribundo al borde del abismo mientras caliento algo de comida para algunos, alguien, algunas, quizá era yo, en la madrugada fría. Recuerdo la noche en el viento; bajar a los infiernos de la calle y recoger a un ángel redentor, comprensivo y fiel; a unos ojos tristes y bellos, a un semblante triste y lindo, a un corazón alegre y precioso como un diamante, y que no fuera Beatrice; recuerdo hablar con ella después, y que ambos llevásemos razón. No recuerdo muy bien el camino de vuelta; pero sé que lo hice dos veces o quizá tres. La segunda vez que descendiera ( chúpate esa Dante, dos) recogí a dos pobres caídos que se aman o son amantes. Yo ya no sé muy bien qué y ahí no me meto pero los invité a pasar porque el cielo de mi hogar es público y aún nos quedaba cerveza.
De lo que también me acuerdo es de las manos pequeñas, los pies pequeños, y aquellos pequeños cascabeles en el tobillo que llevaba. Y de mi mano. Del libro de Fante sobre el portátil, de las luces que se apagan, de la bruma del olvido; de la oscuridad que se cernía y de la piel en los labios. De Rossetta stoned de Tool por 8:13. “Cuando me diagnostiquen tuberculosis serás de las primeras en enterarte” digo mientras me acaricia la espalda, ahí justo, donde ella guarda con celo la tinta de un tatuaje. El piercing reabierto que se me cae, yo, que lo tiro todo al suelo; ella que se ríe, yo que toso; solo un breve nosotros: un pequeño chute: me basta. ”Abrázame” y  mis sentidos escuchando bésame suave. De como apretaba mi mano. Tacto cálido, sabor dulce, vista nublada, olor dulce, oído: “abrésame”, “abrásame”, “abrázame”.
Y es una pena, pero lo siguiente es lo que mejor recuerdo:
Comenzaré por deciros que recordar lo que se siente es apto para pocos, hablo claro, de lo que realmente se siente; más os vale enterrarlo hondo y no ir al psicólogo. Si he de recomendaros algo, el manicomio directo es mi mejor opción. Para los enfermos de amor, para los adictos al amor, no hay salvación. Corred mientras podáis, mientras aún tengáis fuerzas y el maldito sentimiento no os haya cercenado las piernas así como la voluntad. Después no hay marcha atrás.
Ser impersonal con ella me pareció pueril, así que no lo fui: abrasar de amor es mucho más doloroso y placentero que de deseo, y aunque sé desear, deseaba quemarnos con el fuego del amor. Y caí en la cuenta; donde antes encontraba, más bien, creía encontrar una caricia mía en la costumbre, tras tanto, descubrí que lo hacía por adicción. Lo que antes viera como trivialidad cansina con otras mujeres, la descubrí como terrible necesidad: acariciar el cabello de una mujer. Ya, y desde hace tiempo aunque no lo supiera, no podía decir “hola y adiós” y mi única opción esta vez fue la de verla como si fuera otra, muchas otras, el amor entero, enteramente, una mujer. Pero no una cualquiera o una en concreto, sino como el objeto al que se proyecta tan hondo sentimiento. Daba igual que fuera un momento, una hora, un abrazo, un gesto, el beso en el cuello, una noche o no sé qué más. Justo en ese momento había recaído y había llegado a ser consciente. Ayunar, esperar, estudiar, esas eran mis premisas; desear, amar por un segundo la imagen de lo bello, esas realmente lo eran. No entiendo el sexo vacío, las cabezas vacías, o los corazones vacíos. Yo tuve que rodearla con mis brazos y empujarla contra mi pecho y demostrarle que en ese momento le otorgaba poder sobre mi.
Pobres adictos, no a la posesión sino al querer ser poseídos. ¿Qué destino nos depara el impersonal futuro perdido en la mar de tiempo infinito? ¿Nos esperarán las estrellas para que podamos observar la belleza de su estallido cuando yazcan moribundas? Solo para nuestra terrible droga que es el amor la eternidad carece de valor alguno: siempre existe. Y he aquí lo incomprensible; lo que me mata cada noche, aquello que me hace despertar cada mañana, el impulso suicida: jamás llegaremos a puerto como adictos al amor; nuestro destino es el camino y la recompensa la búsqueda; nuestra esperanza lo terriblemente fugaz de cada regalo otorgado, recibido; nuestro fin es aquello pasajero, perecedero, pues no somos más que pasajeros, caminantes, vidandantes, y poco más. Que “Itaca no es mas que el descanso, no el final del camino ni nuestro destino”.
La infelicidad, vacuidad que se cierne sobre aquellos que desperdician el placer de la caricia, el sabor amargo y dulce de un beso furtivo es estúpida y carece de sentido. Llenar el vacío interior de un amor vacío detrás de otro y otro, vacíos, probablemente sea la peor idea después de la bomba H: ambas no hacen más que aniquilar personas, hacer que se pierdan por senderos intransitables que no llegan a ninguna parte (como el camino), pero que al contrario que éste, carecen de belleza alguna para ser recordada. El mayor honor, el más profundo sentimiento que nos ha regalado nuestro demiurgo cae en el olvido cada vez que una de estas personas ningunea al amor en la persona hacia la que lo proyectamos. No hay varios niveles en los que se ame;  solo uno: en el del amor; donde la entrega, para los que somos adictos ha de ser total y sin premisas.  “[...] es que...” “si quieres te pongo una rueda de hamster gigante” le digo, y ríe. “oye, no es mala idea, o me pongo a dar vueltas ahí” dice mientras señala una viga. “Dudo que te funcione”. Tosí como enfermo, la abracé como amante, como quería ella; la amé, sólo como las adictas querrían ser amadas, pero eso ella no lo sabe, y finalmente dormimos.
El resto es un despertar en compañía, una sábana revuelta, unas piernas revueltas, un cálido abrazo y una fugaz despedida; un mensaje al móvil y de vuelta al cuarto nuevo que aún me parece desconocido. Con las latas vacías, los cigarrillos muertos, medio fumados, acabados; las cenizas, los vasos, la solería, que es un ajedrez complicado, esa cuchara en el suelo que no pienso recoger y yo tumbándome en la cama otra vez, hundiendo la cara en la almohada y respirando profundamente los restos de mi última dosis.  


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