“Un hombre intenta asesinar a su exjefe con una hoz tras
haber sido despedido”.
Magistral uso del lenguaje publicitario. Ha sabido venderse,
probablemente, inconscientemente. Esta es la magia del lenguaje: ser capaz de
atribuirle símbolos de dos mil años de antigüedad a palabras que ni siquiera
existen en el mundo material, que ni siquiera una pluma ha parido. Ceros y unos
convertidos en historia, la historia de un titular.
El hecho nos queda lejos, casi insignificante. La muerte se
ha normalizado –siempre que sea la de otros- para nosotros en el siglo XXI.
Estamos acostumbrados, lo queramos o no, nos sorprendamos más o menos, a ver en
la televisión o donde fuere, día sí y día también muestras crueles de las
diferentes facetas del ser humano. Somos capaces de lo majestuoso así como
también de lo terrible.
Primero un hombre. No se trata de una mujer, pero es
indeterminado, caucásico, mediana edad. Conciencia de lo que es un hombre.
Tiene barba y todavía no tiene canas, pero viste camisa los fines de semana, o
camiseta, quién sabe, de cualquier manera tiene una vida; habla con las
personas; no sabemos si tiene hijos o no, pero vive y es humano, respira como
todos nosotros. Luego intenta, algo: no ha conseguido llevar a cabo su deseo:
la corrupción de lo que se desea implica una tristeza o un furor, una ira. No
ha podido llevar acabo aquello que intentó con tanto ahínco como para salir en
las noticias.
¡Asesinar! Un verbo terrible, asesinar procede
inmediatamente -y no vemos la imagen del
asesino sino el proceso de asesinar: vemos sangre, vemos una cara iluminada
solamente en los ojos y la mueca de la boca, vemos alguien que busca hacer
algo, un daño, un mal- a resolverse en nosotros tras un escaso segundo como el
ideal del asesino: no es Dexter, no es el destripador, es un asesino con una
razón y un cuchillo en la mano, sangre en alguna parte y una cara maliciosa.
A su exjefe. Comienza, la inversión: hay dos conceptos
claves justo aquí: ex y jefe. Ex significa que ya no es. Y puede ser, porque lo
despidiera tras haber intentado asesinarlo, o porque ya lo estuviera previo
intento. Y jefe: elemento, símbolo de que ese hombre indeterminado, padre o no,
se veía inmiscuido en relaciones de poder en las que él como individuo estaba
subyugado a la razón de otro para la elaboración de una tarea determinada. Ya
sea física o intelectual. El jefe es el dueño
del asesino.
Y en nuestra cabeza ahora empieza a suceder algo
maravilloso: el asesino se rebela contra su jefe: el asesino tiene un motivo,
no sabemos cual, pero ahora ese asesino, nos ha enseñado el cine y la
literatura, millones de años de vida y siglos de historia, que puede ser
atractivo. Y comienza una encarnizada lucha entre nuestra cultura, proyección
en las palabras, y la moral de época, inmanencia social. El editorial tiene que
ser claro. Es, de hecho informativo, imparcial. Nadie dice que el periodista
está diciendo que el asesino tenga que ser atractivo. Pero la imagen manida de
aquel oprimido rebelado ante su amo nos martillea en imágenes tecnicolor que
parecen haber sido sacadas de una plantación de algodón. Pero no. El hombre es
un intentador de homicidios, no, de
asesinatos. Pero la razón de la acción ha de estar en relación al valor
dispuesto a pagar por la rebelión a la moral y convertirse en un asesino. Si
no, no existirá el héroe, tan solo el bandido.
Pero al parecer ha intentado matarlo con un elemento
específico: una hoz. La hoz, la hoz y el martillo, la hoz tan en desuso, la hoz
que corta gracilmente el trigo, la hoz que te he dicho que ya no se usa, la hoz
es mala, es cateta, es de campo, la hoz es mala cuando va con el martillo, la
hoz es buena cuando va con el martillo, la hoz es un fondo rojo, la hoz es el
jornalero, la hoz es una España enfrentada, la hoz son clases, la hoz es una
boina, la hoz es una lucha, la hoz es el campo de trigo de Machado, oro bruñido
al sol relumbra en vano, en vano, la hoz es una idea volátil, vana. La hoz es
el ideal y el símbolo de un millar de cosas repasadas en nuestro cerebro en el
tiempo en que se termina de pronunciar “h-o-z”. La hoz es portada por el hombre
que se rebela a la moral del hombre decidiendo ser un asesino por una razón
para matar a aquel que está por encima de él en una relación de poder. La hoz
lo significa todo y nada. Amor para unos, odio para otros; amor y odio para
demasiados; nada para todos.
Y por fin, tras el lento goteo de información sobre lo
ocurrido: hombre, intento, asesino, exjefe, hoz. Por fin el motivo, quién, qué,
a quién, con qué: la última pregunta y más importante es la que se guarda para
el final: ¿Por qué? La respuesta nos dará la clave: el motivo tiene que ser
válido o no para terminar de perfilar este hombre que intentó matar a alguien
pero no pudo con una hoz. Si el otro se lo merecía o no –y esto no lo decidimos
solamente nosotros, sino tres mil años de justicia y cultura- determinará cuál
es nuestro juicio sobre lo ocurrido. Lo mató por ser despedido. Por ser
despedido previamente al intento, solo intento, de asesinato, asesinato es
malo. Él fue despedido, por su incompetencia, por su jefe, exjefe en el momento
del despido. Si alguien es incompetente y es despedido no quiere matar a alguien.
Si alguien considera que es competente pero no lo es, y es despedido, puede que
pudiera en algún momento llegar a la conclusión de que quizá fuera buena idea
matar a su jefe. En esa relación de poder hay algo oculto, algo más, algo
intangible para nosotros, meros lectores que recibimos la información, que se
nos escapa. Y eso a nuestro cerebro le encanta: queremos las cosas completas:
nos gustan los puzles, los rompecabezas. Estamos intentando en segundos
desentrañar la idea capaz de generar un asesinato. Hacemos todas las preguntas
y más que podría hacer un periodista a alguien que matara a un presidente pero
a nosotros mismos. NECESITAMOS saber más que nunca las circunstancias que
rodean a ese hecho para justificar o no una postura.
Siempre que se lee o se escribe se adopta una postura, a
veces eso determina la estructura de un trabajo completo. A veces, las menos,
de un párrafo o dos, otras de varias frases –y esto ya es más escaso-, y en las
menos ocurre palabra por palabra, conexión por conexión, posicionamiento,
orden, momento en que se escriben. A veces no recordamos que cada palabra
escrita en un momento por nosotros tiene una historia de miles de años detrás y
que gracias a la palabra escrita somos lo que hemos llegado a ser. Ese señor
era un intentador de asesinatos. El otro un exjefe.
Un hombre es detenido tras intento de homicidio.
No, el titular era “Un hombre intenta asesinar a su exjefe
con una hoz tras haber sido despedido”. Y para ser justos yo –elemento que
define el momento actual en que vivimos- pienso todo lo dicho y más sobre este
titular, que se debate entre un amor odio constante en mi conciencia. Y ésta en
un amor y odio constante entre esta y siete o veinte noticias más. No significa
más que palabras puestas unas detrás de otra. Pero no este titular, sino
cualquier posible titular. Durante cinco segundos pensaré en lo desagradable de
un asesinato, durante dos en que solo fue un intento, en otros dos que era su
exjefe y que probablemente lo merecía, en tres reflexionaré sobre que no
debería pensar y que probablemente estuviera tarado, en cuatro me regodearé en
pensar “¿cómo coño pensaba matarlo con una hoz?”, y en tan solo uno diré: vaya,
por un despido. Que lo puede significar todo y nada. Terminaré de pensar en
medio segundo.
Un hombre casi muere, un hombre casi mata a otro. Los
hechos, en sí, son casi Naturales, puede que sean y no, terribles o no. La
tristeza sobreviene cuando eso, da igual.