Te busco entre sombras hechas de un humo frío que ciega y asfixia. Al Sol, astro rey le cuesta atravesar las partículas que impiden a mi piel disfrutar de una caricia ajena, tan cálida como la amiga. Imagino que llevo así una eternidad tan sempiterna que me creo una estatua de sal que mira atrás constantemente; un tobillo, un talón que desaparece sin dejar nada, tan solo el tiempo quieto; una aguja de reloj esperando un segundo que se atreva a dotarlo de significado humano. Tic, Tac. Miro el reloj que se sustenta en el vacío del pasillo mientras me pregunto qué hace un reloj ahí. Tic, tac. Pienso en el toc, toc que anuncia mi llegada. <<¿Hola qué tal?>> No, llevo en esta niebla durante demasiado. Paro el principio de parkinson a tiempo y pienso. Respiro, atento. Agudizo mis sentidos, y me acuerdo de Leónidas. Quién tuviera esa barba. Esbozo una sonrisa. <<Barba...>> mascullo. En ese momento justo del tac cierro los ojos justo antes de pegar en la puerta. Toc, Toc.
<<¿Sí?- preguntas, claro, no vas a preguntar ¿no?, ¿no?, y pienso entonces ¿sí?, vale. Bien hecho al cerrar los ojos, mentalizarse. Estar harto, hasta cierto sitio, hasta los [introduzca aquí gónadas masculinas] del humo que nos deja en la estacada infame; en la vaporosa realidad en la que son más ciertas las tenues líneas de una figura difusa que la propia realidad, como en esos malditos sueños, en los que al final nunca recuerdas aquello que te hizo sonreír. Y querrías vivir un sueño un día.
Entonces entro, y tú me miras. Yo no digo nada y te miro, y te miro, y te sigo mirando, serio como jamás me viste. No hay palabras porque no las necesito y jamás me faltan; si acaso sobran siempre. Paso y suelto el puñetero abrigo que me mata, porque hace frío, pero tengo muchísimo calor. Eres una Venus con manos inútiles, un busto con rostro de cerámica. Quieta, delicada, una estatua con cara seria. Yo no digo nada, y tu te extrañas. <<¿Qué?>> me dices porque ahora estoy más cerca, cercándote. He invadido un espacio personal sagrado que escupe al que toca como a un cohete destinado al ostracismo, mira, mira como lo atravieso, pienso. Y tu me miras más de cerca con las cejas fruncidas. <<¿Pero qué...>> lógico que me repliques; tú no sabes qué pienso, acaso puedo asegurar que nunca, pero ahora estás segura; yo sé lo que ahora piensas, quizá: locura. Me acerco a tientas, temiendo aceptas reticente a medias. Hinco las rodillas y solo entonces toco tus medias. Hundo la cabeza en mis hombros y miro al espacio infinito entre tus piernas hacia el suelo sintiendo el miedo en las palmas de las manos. Latiendo con tan salvaje fuerza que me contagia y encabrita el pecho y me araña las entrañas. <<Por favor>> Susurro de rodillas sin mirarte a los ojos <<Calla y déjame y no hagas nada, estoy arrodillado>> Y entonces te miro y tu expresión es negativa, es casi odio; sorpresa ante todo. <<Ni hablar, levanta>> me inquieres. Qué va, no sabes que esta vez no hay marcha atrás, que es una decisión, no una palabra, una promesa, un juramento, darse la mano, o un abrazo. Me niego <<Por favor, por favor, por favor...>> susurro infinitamente mientras te acaricio desde las rodillas y te beso la derecha protegida por la rejilla del pudor y la vergüenza, el tejido que cubre el deseo que anima el fuego de mis manos, que laten al compás vertiginoso de tu pecho contra el mio. Extremidades encontradas que se subyugan al placer de los sentidos. Curar el alma a través de ellos. Hoy no hablaré de almas y te beso el interior de la rodilla, acaricio tu pantorrilla, gemela de la otra, susurro por favor hasta el infinito y tu muslo derecho con mi siniestra. <<No, no, qué haces. Ni hablar>> <<Por favor, por favor, por favor...>> <<No, no, y no, nunca qué no>> Quieres levantarte y no puedes, dos son las razones: Te detengo con mis brazos que guiados por las manos ahora están a media altura entre la rodilla y la cadera empujando hacia abajo y deleitándose en el calor que desprendes. Con los ojos cerrados te miro y siento cada transmisión de temperatura de tu cuerpo hacia el mio y la degusto con el placer de la ambrosía siendo humano. <<He compartido el secreto de los dioses con mi humanidad y merezco el castigo eterno, pero hoy no busco la redención, solo una condena>> pienso mientras te siento, y te sientas. La otra razón: no quieres por alguna extraña razón. Razón. Tienes un martilleo fuerte en la mente: la Razón, entendida en la ilustración: libertad. Porque eres libre y me desdeñas y yo soy libre y te lo impido, y ambos, colmados de razón , vivimos presos en nuestra libertad, fingida o no, infinita. <<El deseo es libre>> y pienso en que es de lo poco cierto que me digo siendo racional. <<¿Pero qué haces hombre? ¿qué haces?>>.
-Cierra los ojos. Te digo.
Separo dos columnas de mármol griego cubiertas por una red pudorosa de vergüenza ajena que no descubre los misterios de Atenea. Baco llora en un rincón de envidia muerto ante el enigma de la situación. Te beso el interior de la rodilla y la electricidad de mis labios pasa a ser la curvatura de tu espalda, acabas de dar un significante a mi significado. Mi mano, exploradora de la aventura de una boca que trabaja en el calor de tu pierna otea la barrera de tu falda. Me encanta que la lleves. Me encanta y el corazón me estalla cada vez que repites <<No, no>> con pena mientras me acaricias el cuello. <<No lo hagas>> entre sollozos me pides. Y mi sien late desaforada mientras son las manos protervas que llegan a subirte lentamente la falda mientras te beso el interior del muslo derecho: caliente. Alzas el cuerpo un poco y Dios salve a la reina, son medias hasta casi arriba, silicona en vez de ligueros: Amo los ligueros. Manos: acariciando lo alzado. Labios: subiendo por las piernas. Cuerpo: entre las columnas que tiemblan separándose en un baile: sabiduría y deseo: cómplices: vergonzosas: belllísimas. Límite entre el pudor y la vergüenza: Aquél escaso lugar entre las medias y la lencería, henchido en piel ardiente. Acaricio con mis manos el interior de un muslo cubierto hasta que llego a ese retiro de la verdad de la carne. Allí se paran los dedos y me arden las yemas; cambio a mis labios y la llama los quema. Ahora el suspiro y el arco de tu espalda son rítmicas con mi beso cada vez más húmedo, y le dan significado, con sus bajos y altos al compás del <<no, no, no...>> que cada vez encabrita más mi alma y mis entrañas. Ya no huelo el miedo aunque sea un animal, es el deseo y tu sexo lo que late en mi pecho que cae al suelo deshecho tras dar un latido de más que atravesaría el techo. Rodeo tu cuerpo: te agarro de atrás: todavía sentada: te arrastro hacia mi: mis rodillas clavadas: suspiras : te beso: el muslo: la pierna: entera. Te busco en el límite del encaje. Monto tus piernas en mis hombros. No te caes, abres más y estás al borde del abismo y yo a las puertas del mismo. Miras al cielo, techo cielo, oscuro cielo; y te bajo el velo, que cubre tu desconsuelo, despojo del pudor al deseo; te descubro el ovillo de Teseo, y llevo a tus tobillos el recato que cae en olvido. Te acaricio el vientre, te beso cerca, el encaje se acerca. Te beso tan cerca, y mis manos acechan. Saboreo tu piel tan caliente y te estremeces y <<No puede ser, no>> pero me acaricias la cabeza. <<No puede ser>> y mis dedos se escurren tras la tímida barrera, te beso mientras te acaricio, la débil tela. Siento la vida en la punta de las yemas, quiero mi lengua en tus entrañas. Tiro, salvaje con mis dedos hacia un lado y te descubro: me hundo : gimes: alzas el cuello y miras arriba que nadie te espera: sigo : el calor de unas manos de pecado te acarician, vientre y más: me estalla un botón. <<Dos manos>>, pienso, <<gracias, Dios>>. Mi lengua son círculos húmedos de sexo candente y...
Abro los ojos. Sonrío, seguidamente sacudo la cabeza y me miro a un espejo que también hay cerca. Juraría que ni el reloj ni el espejo estaban tan cerca. Nunca debieron estar allí, me despiertan. Dejo de pensar, mentalizarme, y abro la puerta. Hola isla tortuga. <<Entra>>.