Frasario

"Y todo comienzo esconde un hechizo"

José Knecht

18 jul 2012

Papeleras IV

Ineluctable, como una puñalada en el costado,
como la lanza de longino,
los clavos, la plegaria ausente.
Imposible, como mirar mar y cielo
sin posar los ojos en el horizonte
de espuma y viento, y nada.

Aún paladeo cada mensaje embotellado,
cada verso y cada letra, cada coma
que aún quema la yema de mis dedos.
Aún encierro el recuerdo y beso
la resiliencia del aire que te rodea,
amiga literatura, y muerdo,
cada hálito marchito, exangüe,
en la memoria de tu olvido.

Con siete monedas en los bolsillos a estas alturas prefiero perderme en el todo ambiguo del café, entre el infinito de la espuma y el tiempo que tardaré en beberlo.

"Nada somos, lo que buscamos es todo" -leo entre sorbo y sorbo imaginario mientras pienso que tito Hölder era un poco nihilista y veo pasar las huestes de este mundo que desgrana cabezas como si semillas brillantes y rojas fueran. Todas dispuestas a ser plantadas en tierra y florecer algún día; devoradas asimismo por algún extraño ente que las obliga a pasar por la calle sin más objetivo que el de llegar a sus casas y marchitarse, probablemente desde sus trabajos.

"Nada somos" pienso, mientras veo alguna foto a calidad suprema - por su cercanía con Dios- de la nebulosa de Orion. Gracias Hubble, por regalarme la sensación aumentada, la misma sensación que tengo cuando miro a las estrellas desde mi pequeña terraza -de la que doy gracias por tener-, pero aumentada mil millones de veces más, tantas veces como píxeles tiene ese telescopio que flota en el espacio.
"Lo que buscamos es todo" afirmo inmerso en mi mendicidad, reflexionando sobre las posibilidades de las siete monedas que nadan en mis bolsillos, hartas del espacio que les proporciona mi pantalón, tan ajado, ahítas de ese espacio innerte y su funcionalidad. Ellas también carecen de sentido si lo pensamos fríamente, no obstante prefiero gastarlas lentamente en el baile al que nos invitan a cada paso que damos fuera de nosotros mismos.  Mi testamento último, a estas alturas, propiamente dicho será sumergirme en la burbuja del todo y lo bello, de lo universal, sea aquello lo que quiera que sea. Quizá prestar atención a los pequeños detalles, a lo particular y a lo que conforma la realidad individual de cada persona. Hasta donde yo sé, quizá sea cierto y aterrador aquello de que somos dioses cuando soñamos y mendigos cuando reflexionamos; pero entonces sería triste corroborar cómo vive el mundo en un estado continuo de mendicidad.

Inventar mundos, vidas enteras y vivirlas lejanamente, dignamente, mientras tomamos un café descafeinado marca Acme es sólo la extensión natural del ansia de vida misma que subyace en cada individuo. Preferir gastar las últimas y eternas siete monedas que restan, probablemente prestadas, no es un atentado a la sociedad inerte y alienada en la que nos sumergimos gustosamente, pues mientras todo esto ocurre, hay mundos más allá de Orión que son descritos y vividos mediante el invento más importante - más aún que internet o los  móviles táctiles-, esto es: nuestra retórica, nuestra capacidad de imaginar.

Si alguna vez comenzamos a sumergirnos en este mundo, ya sea por la necesidad explícita del ser humano de disfrutar la belleza o por la intensidad de los latidos de las palabras, entonces estaremos dispuestos a vivir como dioses en un mundo de mendigos. Yo, por mi parte, a estas alturas reflexiono desde la mesa de un café como mendigo sobre cómo he de inclinar la taza para que llegue el trago amargo, y con él, quizá por un chispazo, el camino hacia la divinidad, tan efímera todavía, tan soñada. 

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Me gusta doblar los libros, subrayarlos, pero sobre todo leerlos. Me gusta mi gata, más que muchas personas. Hacer tartas. Dormir cuando pían los pájaros y estar en vigilia cuando otros duermen. Huyo del gentío. Las cosas complicadas.