Y para qué versos en estas calles
de un gris mojado y eternas aceras,
paradas de buses y escasas señales;
por qué motivo hojas secas
en cada recodo de esta suicida ciudad.
De qué sirven estas palabras
o cualquier otras
entre el humo de autobuses
y pasos de cebras, de rojos bursátiles
y neones de fresa;
de gente dispersa y abnegada,
con la queja
de su existencia,
en esos labios tan secos
de belleza.
Si nadie canta al fuego
o con él
en las tinieblas de la noche,
si ya no vemos las lineas de los dioses
allá tan altas, a lo lejos,
o nos han robado los ojos esos faros
o farolas de avenidas plagadas;
si las lineas de carreteras viejas
son iguales que las de mis vetustas manos;
si en este camino de Sur acalorado
ya nadie ve el oro de sus montañas,
ni lo sueña,
entonces, habremos perdido:
seremos feroces un tiempo,
al año, ganado,
a la hora, segundo,
al tiempo, olvido.
No quiero versos a la salida
de grandes bocas de infierno
que esputan gases y gruñen grises,
vomitan progreso y el veneno al viento;
ni canciones tampoco en sillones acondicionados
escaparates adornados, o semáforos
en rojo vivo, sangre,
palpitantes.
Y si tuviera que haberlos, y debieran existir
-que deben-
-los versos, digo-
los incluiría en ellos: olvidados.
Huidizos.
Regalaría esos ojos de niño
esas ansias de viejo,
un montón de versos,
y un poco de tiempo.
de un gris mojado y eternas aceras,
paradas de buses y escasas señales;
por qué motivo hojas secas
en cada recodo de esta suicida ciudad.
De qué sirven estas palabras
o cualquier otras
entre el humo de autobuses
y pasos de cebras, de rojos bursátiles
y neones de fresa;
de gente dispersa y abnegada,
con la queja
de su existencia,
en esos labios tan secos
de belleza.
Si nadie canta al fuego
o con él
en las tinieblas de la noche,
si ya no vemos las lineas de los dioses
allá tan altas, a lo lejos,
o nos han robado los ojos esos faros
o farolas de avenidas plagadas;
si las lineas de carreteras viejas
son iguales que las de mis vetustas manos;
si en este camino de Sur acalorado
ya nadie ve el oro de sus montañas,
ni lo sueña,
entonces, habremos perdido:
seremos feroces un tiempo,
al año, ganado,
a la hora, segundo,
al tiempo, olvido.
No quiero versos a la salida
de grandes bocas de infierno
que esputan gases y gruñen grises,
vomitan progreso y el veneno al viento;
ni canciones tampoco en sillones acondicionados
escaparates adornados, o semáforos
en rojo vivo, sangre,
palpitantes.
Y si tuviera que haberlos, y debieran existir
-que deben-
-los versos, digo-
los incluiría en ellos: olvidados.
Huidizos.
Regalaría esos ojos de niño
esas ansias de viejo,
un montón de versos,
y un poco de tiempo.