Ahora que parece
que te vas,
pienso duro,
actúo fuerte,
siento hondo:
amor profundo.
Desgasto tópicos
en primeros versos,
malgasto el tiempo
hasta llegar adentro.
Solo entonces te veo.
Con ojos lejanos
desde la platea
y miro con distancia
mis ojos rojos
bajo claras lágrimas.
No hay mar, tampoco sol
un triste teatro solo, hoy,
escenario, vida.
Y yo sé ya de los venenos,
ardoroso fuego,
exhausto pecho,
del comediante,
la verdad,
mentira;
impertérrita paradoja.
Una vida, un mundo,
un juego, tanto tiempo.
Y sin embargo, tan hondo
ahora. Tarde, como el grito
fiero del astro que engulle
el rumor de un manto suave
tranquilo, magenta
como el de olas y nubes.
Sólo a través de las ventanas
de la perspectiva quizá,
lejana paria que impele
a la locura,
de los vivos retratos de
un nosotros vivos,
nos vi en la verdad
más pura del alma:
Es ella que enjaula plumas
y regala
el brillante tesoro,
preciadas alas que él mima,
mira, acaricia, ama.
Y al fin libera.
Y vuela
triste y cándido el ave,
temeroso del pesar, la oscuridad,
de una tela cayendo sobre madera,
del rugido sordo del aplauso,
de la función que les encierra,
del corazón libre de la platea,
y del final.
Aplaudan, amigos,
a de la vida
la tragedia.