-¿Qué piensas en este mismo instante? –preguntó él.
Generalmente este tipo de preguntas a nadie se le ocurre llevar a cabo aunque sean pensadas, al menos, esperando algo trascendente. No
obstante aquella no era una situación común. Se encontraban en la pequeña
habitación de la ciudad dormida dos almas vivas; sus espíritus escapaban
aquella noche por la ventana dirección a la nacaráda y fúlgida luz de las
estrellas; sus rostros yacían iluminados por la claridad mortecina de una luz dorada
y rojiza, como viva, palpitante, como aquella habitación. La desnudez de las
almas en aquel momento solo era deducción lógica de tan extraño encuentro en el
planeta en que vivimos, donde cada alma vaga temerosa sin encontrar la
complementariedad infinita. Se habían reunido en ese lugar dos partes de un
mismo ser, un cuerpo completo y aunado en Paz. “¿Qué piensas en este mismo
instante?”. “En mi vida, que es la tuya, nuestra vida.”
Ella pensaba en imágenes rápidas llenas de dinamismo y
color. En los colores de las verduras, en aquella sensación maravillosa de
cocinar con una mano amiga; en los olores de las salsas o las especias en el
aire denso y cálido de la cocina; o en “¡échale más orégano!” y reír después
como una condenada porque se le había caído a él más de lo debido. En cosas
insignificantes. En “no, córtalo más finito”, y ver como dedicaba cuerpo y
alma, atentísimo al mínimo y nimio corte en su debido lugar, que era el
preciso, mientras echába un sorbo de la lata y sonreía porque era terriblemente
feliz en esa escena.
Se trata de un amor egoísta el que sentimos, en el que
importan más aquellas sensaciones vividas, vidas sentidas, en un momento de
tranquilidad o paz de espíritu por parte de una de las partes; de la parte que
tú vives y sientes, que lo que realmente demuestras cara al público privado de
la persona que yace al lado. Es un amor egoísta por oculto, no por inexistente;
pues más profundo se vuelve el amor pensado después de ser sentido, más lejos y
con más profundidad se hunden sus delicadas raíces en el interior de las
personas; más eterno es un amor pensado en la memoria que sentido en la piel y
los huesos, pues la carne se vuelve eterna también en conctacto con la nebulosa
del pensamiento, y así, dos partes de un completo perviven por eones más allá
de la muerte de los enamorados y las estrellas mismas. El amor no se vive, se
echa de menos.
Pero es tan puro el sentimiento que resta tras la pérdida
del objeto amado. Conmúnmente caemos en la desdicha de no idealizar lo
cotidiano: nuestro reflejo en los ojos de a quien miramos; tristemente
olvidamos poner el alma entera en el conocimiento de alguna cosa, pasamos de un
lugar a otro sin sentir con lo más hondo de nuestro pecho los momentos vididos;
rascamos la superficie heláda, la máscara de aquello que escasamente
disfrutamos y más dificilmente conocemos; no morimos en cada intento; no
nacemos a cada momento: tristes, amargos ante lo bello. Olvidamos rápido.
Recordamos tarde, y lento. Sin embargo, cuando te descubres los ojos y ves con estos
en el pecho, entonces se ha llegado:
estamos vivos. Y nadie nunca alcanzará a entender algo tan intenso, jamás
arrancará alguien las raíces, que son sutento, parte ya de algo completo. Pero tú no sabes, en aquel instante, lo
profundamente hondo, que amas. Eso viene después, tras el viaje con el
barquero.
4 comentarios:
Hay un algo aquí, que no parece suyo. Para que quede diáfano, no me ha gustado.
Sino parece suyo será por puro y precisamente por diáfano, porque por una vez hay un reconocimiento de belleza en eso que normalmente desprecia. Se me antojan juegos de palabras con amor y amargura.
A mí sí, sí me ha gustado.
No sé, nunca llueve a gusto de todos, sobre todo cuando experimentas. Hos kiero hamijos
"El amor no se vive se hecha de menos"
Y en ese punto estoy yo y claro, me hiciste llorar con tus palabras.
Eres grande pues siempre das en la diana de la emotividad con tus nuevas entradas. Y esa es la única literatura que admiro y que leo.
Besos.
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