Llega el transporte a su destino,
es entonces que bajas del infierno: has llegado al circo de los horrores. Pisas
por primera vez después de varias horas el suelo firme, y decididamente te
dispones a andar hacia alguna parte, aún no lo has decidido. Esperaste hasta la
última parada, y es ahora que das cuenta de cómo los últimos rayos de un sol
exangüe se escapan moribundos peinando las lejanas montañas en el horizonte: la
tarde ha terminado de caer. Te diriges con el paso del vagabundo hacia el
parque más grande de la pequeña ciudad, pueblo, da igual como lo llamen, al
pueblo como a la ciudad se les define por las personas que pueblan sus calles,
y a estas personas, por sus actos generalmente. Ciudad ínclita entre otras, que
presume de haber sido citada en la obra culmen del mismo español que maltratan
y desdeñan sus habitantes; ciudad perdida en la vega de un río que está cansado
de regar unos campos cada vez más olvidados, que llevan sus frutos a la ciudad
en esas motos con cestas atadas y conducidas por viejos. Andas mirando las
nuevas vias de tranvía recién colocadas, las rotondas partidas, como fruta
podrida por un dinero llegado a espuertas y a espuertas gastado y sigues
andando, soñando con que quizá algún día vuelvan los buenos tiempos, aquellos
en los que no el pueblo sino tú mismo mirabas con ingenuidad aquello que te
rodeaba, momentos en el que no dabas cuenta de lo que ocurría a tu alrededor y
despreciabas si estaba o no en funcionamiento esto o aquello y debido a qué
razones: un don los ojos de niño. Ahora es el polvo el que puebla las vias y
los bancos que esperan vagones que nunca llegan. Cruzas pasos de cebras viendo
el nuevo paisaje transformado en un bosque de pisos. La ciudad, como tú mismo
ha cambiado y como ella, tú no sabes si para mejor, o peor; llegas hasta la
entrada del parque pisando las guías metálicas de pasados sueños de bonanza y
cruzas la puerta. Allí se hacinan al caer la tarde las familias que aún tienen
tiempo libre, con pequeños demonios sonrientes que se mueven de aquí para allá
causando la desesperación de aquellos a los que les ha tocado cuidar de estos
seres de los que dependerá algún día nuestro futuro. Lentamente caminas hacia
el mirador mirando el verdor de la grama que cubre el suelo y cuando por fin
llegas y tocas la madera cansada con la punta de tus cada vez más viejos dedos,
miras al frente y descubres que el agua ha desaparecido.
-Habrán sido las brujas –dice una
voz desde la espalda.
-Hola, Adri –dije mientras me
giraba, al haber reconocido la voz-. No lo creo. Más bien habrá sido la falta
de dinero, o el que en este sur en que vivimos, nos sobre el Sol, quién sabe.
-Yo prefiero inventar historias
en las que ocurren cosas maravillosas para explicar pequeños hechos cotidianos.
Ya sabes, me gusta pensar que detrás de cada cosa hay algo más que la cosa en
sí, y a veces las explicaciones normales son demasiado decepcionantes: la
política ha conseguido secar lagos. ¿No es algo que ya estimamos como
consabido?
-A veces eso que haces puede ser
una forma de evitar la realidad en la que vives.
-¿Como tú haces?
-Perdona, creo no haber entendido
– respondes extrañado.
-Sí, como tú mismo haces. Has venido
aquí desde la indecisión y el desconocimiento de no saber qué es lo que buscas
y cuál es tu destino. Sin embargo quieres otorgar a tu existencia un valor
innato a partir de los pequeños detalles que van surgiendo a través de ese
camino sin meta. Le das a las mesas del café la presencia de una persona, y las
comparas con aquellas que están tomando copas y hablando con otras personas.
Vives la historia como un enamorado de las rocas, atendiendo más a lo que
significa un trozo de piedra antiguo y fijando tu mirada en ello durante lo que
dura enteramente un paseo que a aquellos que sonrien cerca de ellas y disfrutan
como tú. Y solo cuando te arrancan de la soledad y el ensimismamiento que
criticas en el resto de forma abrupta, esto es, obligándote a escuchar a gente
que no está dentro de la norma –norma que por otro lado deseas eludir-, te
sientes cansado y con ganas de volver a la pueril postura del inapetente.
Amigo, cumples todas las características para ser uno más, uno de ellos. Una
silla, quizá una mesa, una roca, o cualquier máscara bien dibujada.
...
La cara de sorpresa de José ante
tanta información privada era solo un ejemplo palpable del enorme temor que
sentía en aquel momento mientras escuchaba como uno de sus amigos de la
infancia le describía todo aquello que había pensado desde otro punto de vista
y con palabras. Adrián, al ver que el otro callaba, siguió diciendo esto otro:
-Has entrado a los infiernos pagando
las monedas del barquero que te ha traído a salvo mientras te purgabas en su particular
barca hacia orillas más apacibles; un cielo, podríamos decir, si lo comparamos
con lo que has pasado allí dentro, y sin embargo, lo único que tienes hacia tu
vieja ciudad son reproches y malas consideraciones. Cuán vanidoso y soberbio es
a veces el hombre simple por mirar solamente el reflejo de sí mismo en los
espejos, cristales o escaparates, y cuántas lo habrás hecho tú en el cristal de
la ventana, eludiendo la contemplación de la belleza de mar y cielo. Cuánta tu
acidia, el peor de tus pecados, para con la vida al ver los pequeños errores en
otros y no querer cambiarlos en ti mismo, esa desesperanza metafísica que
aparta de ti las obligaciones más o menos espirituales, cualquiera, debido a
cualquier pequeño obstáculo que encuentres en el camino. Intentaste por otro
lado purgar tu avaricia en el mismo infierno y no lo conseguiste: ahora un
polvo blanco se esconde en algún lugar de tu bolsillo. Y no hablemos de tu
proterva mirada. No obstante tienes virtudes, a estas alturas eres paciente y
tienes la caridad y templanza que le falta a muchos hombres y mujeres de esta
ciudad. Sin embargo...
-¡Quién eres tú! – cortó iracundo
José el discurso-. Quién para decirme todo esto, tú, que siempre fuiste adalid
de los bienes materiales, desechando y desdeñando todo aquello que fuera
espiritual o pensado por los hombres, tú que jamás encontraste belleza alguna
en ningún verso y preferiste la diversión encajonada de mandos y teclados. A
qué este discurso sobre mis pecados o virtudes, y ¿cómo sabes tú todas estas
cosas?
-No eres tonto, y a estas alturas
te habrás dado cuenta de que has estado buscando algo durante toda tu
existencia en el día de hoy, una meta, un destino. A veces ese camino de
autoconocimiento nos lleva a encontrar personajes que son capaces de leernos
por completo y descubrirnos todo aquello necesario para llevar a cabo nuestros objetivos, aunque los desconozcamos:
nosotros mismos. Yo, por mi parte, te diré que no soy mas que tú, un amigo que
no veías desde hace mucho y con el que no hablabas desde hacía aún más tiempo.
Solo te daré el consejo de que vayas a tu casa, allí te espera lo que buscas.
José miró hacia donde señalaba el
dedo de su amigo de la infancia, y cuando volvió a mirarle y a reprocharle todo
aquello de lo que había estado hablando, éste había comenzado a andar dándole
la espalda. En ese momento comprendió que no hablaría con José por más que se
lo rogase, y emprendió el camino a casa cavilando sobre todo aquello que habían
discutido. Al poco tiempo de comenzar a andar descubrió que no se había cruzado
con ningún viandante a lo largo de todo el trayecto y eran escasos los coches
que se dejaban ver circulando por las carreteras de la ciudad, siempre
ocultando el rostro de los pasajeros. Una vez llegó a su puerta, pues vivía
cerca del parque en una pequeña casa de dos plantas a la que hacía mucho que no
iba, la descubrió abierta. Entró dubitabundo y con paso errático hasta que
vislumbró una figura en la penumbra, dentro del oscuro salón.
-Tengo entendido que me has
estado buscando –dijo una voz femenina desde el interior de la oscuridad.
- ¿Quién eres tú? – preguntó temeroso José.
-La pregunta que buscas en
realidad es quién eres tú y qué estás buscando. Bueno, aunque eso son dos
preguntas. –dijo la voz femenina con tono burlón.
La figura que salió de las
sombras era la de una mujer desnuda con una blanquísima piel y de ojos claros.
Su pelo ardía con la leve luz de una lámpara mal colocada y una media sonrisa
descubría el tono socarrón que había utilizado y utilizaría.
-Pero respondiendo a la tuya
–dijo mientras se acercaba a José-. Yo soy tu musa. Ven y tómame.
- ¿Yo? ¿qué?
-Sí, llevas todo el día buscando
algo, ¿no era yo?
-Ahora lo sé, quería escribir un
relato, pero quería escribir algo profundo, no algo que beba y respire meramente
de la anécdota.
-Pero, ¿qué es la literatura sino
una sucesión de anécdotas, inventadas o no, que tienen un sentido común de ser
en el cómputo total del relato, todo ello escrito con bellas palabras?
-Pero, ¿y todo esto?, ¿ y yo?
-Exactamente. Tú morirás con el
punto y final de esta conversación. Ya ha sido escrita tu historia, tu relato,
y eres parte de él, su personaje. Puede que vivas en la memoria de aquellos que
te recuerden como algo más que un personaje de cuento, quizá consigas la
ansiada eternidad, pero jamás podrás disfrutarla, como personaje estás
condenado a no existir. Ahora tómame,
vete con un sabor dulce en la yema de los dedos y deja que te susurre algunas
historias al oído mientras caes rendido y Él sigue tomando café.