Subo al infierno pagando no con
óbolos en los ojos sino con el tiquet al conductor, otro adelanto más de la
civilización hacia la impersonalidad. Él me mira desdeñoso y lo rompe a falta
de escupirme en la cara. “Oiga mire, podría darme los buenos días, sé que ha
aguantado usted a muchos subnormales en este autobús, pero yo no soy uno de
ellos, quiero diferenciarme del resto de la humanidad pese a seguir haciendo lo
mismo que ellos hasta ahora” –pienso. Sin mediar palabra me dirijo al fondo del
autobús, donde van aquellos a los que, o bien no les importa que les miren
desde el principio del mismo con cara de: vas a hacer uso de estupefacientes,
por no decir drogas, o a los que por otra parte, van a hacer uso deliberado de
las mismas. Me doy cuenta de que estoy siendo un poco prejuicioso y paro: me siento.
Estoy en el fondo a la derecha, elegí el sitio, al parecer, porque se puede ver
el mar infinito aquí mientras vas camino a Vélez, o por llamarlo de otro modo: el
circo de los horrores. Es curioso que desde el infierno puedas ver algo tan
bonito como el mar fundiéndose en un abrazo eterno con el cielo en la delgada
linea del horizonte. Cuando el autobús
ya ha arrancado me doy cuenta de que a mi izquierda –dado que los últimos
asientos de los autobuses están dispuestos casi como un sofá de 5 plazas-, en
el otro extremo, se encuentra un señor un tanto errático. Imagino que habrá
bebido más de la cuenta y sigo inmerso
en mis profundos pensamientos: “aquella de la parada tiene un culo que alguien
debería tallar como si fuera una escultura de mediados del cinquecento y ser
expuesta en el Louvre: acabo de enamorarme: de enamorarme de un culo”, aún no
doy crédito a mis pensamientos cuando el señor que está a mi lado decide
hablarme en una extraña lengua.
-¿AlgunavezhasestadoenNuevaYork?-
me pregunta de seguido. Y como tardo unos diez segundos en procesar toda la
información, me repite pero esta vez un poco más vocalizadamente –cosa que
agradezco- la misma frase:
- ¿Alguna vez has estado en Nueva
York?
-Ah –le digo, mientras lo miro
todavía sorprendido-, no, nunca he estado.
-Muy bien, porque aquello es una
jungla de asfalto –vuelve a comentar en ese extraño idioma al que no me queda
más que acostumbrarme.
Él lleva una desgastada gorra azul
de marca, unas zapatillas de marca azules desgastadas, que se quita descubriendo
unos calcetines con estampado floral de niña que huelen a muerto. También lleva
un chándal de marca adidas y unos pantalones a juego con la sudadera. Le echo
más o menos cuarenta y pocos años, delgado pero con barriga y los dientes
negros; es calvo. Cada vez que me habla para hacerme una clara alusión a su
vida personal, como que “yo tenía un amigo llamado Manuel que ya no me habla
creo que voy a llamarlo pero no sé si antes llamar a mi madre espera voy a
llamarla” -obviamente todo esto sin pausas-, me asalta un hedor sepulcral
procedente de su boca y su saliva, que se agolpa en las comisuras de sus labios
dando una sensación de no haberse duchado y acicalado, lavado los dientes, en
años. Por otra parte, su acento madrileño me desconcertaba de tal manera que no
sabría asegurar si, por algún designio azaroso, Dios había colocado ante mí a
un madrileño con problemas de dicción, o si por el contrario, me encontraba
ante un animal que gracias al demonio o a algún viejo maleficio, había
adquirido el don de la palabra, si así podía llamarse a todo aquello que
vagamente dejaba salir por su hedionda boca.
-¡Mamá!
“Acabo de sentir verguenza por el
grito de un desconocido. ”.
- ¡Que no puedo ir a verte al
geriatrico!
“Creo que no es verguenza: es
miedo”
-¡Porque voy a ir a Torre del
Mar, que he quedado!
“Adiós a mi esperanza de que se bajara en el Rincón
de la Victoria, allá veo desvanecerse mis deseos como la espuma de las
encrestadas...”
- ¡No, no, iré mañana!
“ Olas. Pensar mirando al mar parece un privilegio”
-¡Porque ya estoy en el autobús!
“Y lo que yo daría por tener un Ipad, un Ipod, un
algo material para evitar este espectáculo circense”
-¡Pero quieres que vaya o no!
“O una pistola. Ella no quiere. Yo no quiero que
vayas, el cuidador no quiere que vayas, tú no quieres ir”.
-¡Pero mamá por dios que se va a
enterar todo el autobús, quieres que vaya, o, no!
“Un poco tarde para eso” .
-¡Que no repitas lo que yo te
digo, que si quieres que vaya o no!
“Es imposible que esto esté pasando, la gente lo mira
y nadie dice nada”
-¡Vale mamá, que sí mamá!
“Yo tampoco digo nada”
- ¡Bueno, que te dejo que me
cobran esto, que comas bien eh mamá!
“Solo sonrío”
-¡Sí, que sí, que iré a verte!
“Porque supongo que en el fondo soy como ellos”.
- Joder con las madres, ¿eh?
- Sí, vaya coñazo a veces – y
sonrío nuevamente.
Siento verguenza ajena. Este
señor está junto a mí, a escasos metro y medio y miro con la máscara de la
condescendencia a todo aquel que mira hacia atrás para contemplar la función
del drogadicto que llama a su madre. “Próximamente en todos sus teatros”.
Intento mirar por la ventana sin reírme –porque en realidad tiene su gracia- y
solo giro la cabeza cuando se gira para decirme: “es que está un poco vieja ya,
¿sabes?”. Y asiento, asiento durante todo el trayecto.
-Y yo
terminé la carrera de informática cuando allí en Madrid solo había cien plazas
para toda España, ¿sabes? Y entré sin enchufe, porque la verdad es que no era
fácil pero joder, yo me esforcé y la aprobé en sus años correspondientes. Que a
mi me han dicho que la facultad es difícil, y un huevo, yo estuve todo el día
jugando a las cartas con los colegas en el bar y luego nos íbamos a beber fuera
del campus, ¿sabes?
A cada “¿sabes?” yo lo miraba y
le dedicaba una leve inclinación de la cabeza mientras lo miraba como podía a
unos ojos inyectados en sangre.
-Pero joder, ¿este autobús cuánto
tarda en llegar a Torre? ¿es este el autobús para Torre? Es que ya llevamos
casi dos horas aquí.
Él a veces hablaba al aire, a la
nada, o con su teléfono móvil mientras se peleaba: “pero si he pedido un
adelanto, cómo puede ser que ya no tenga saldo...cinco euros por llamar. Esto
es un robo, ¿qué se estarán pensando los de “las telefónicas”?”. Habían pasado
cuarenta y cinco largos y eternos minutos desde que me monté en el autobús. Era
ruta y aún me quedaba una hora mínimo hasta que él se bajara y dejara a mi
cerebro descansar.
-Pues
yo estoy hasta la polla, voy a hacerme una raya tio porque esto no puede tardar
tanto, bueno, quédate ahí, yo enseguida vuelvo.
Lo estoy flipando, acabo de
entrar en el mundo de los ojos como platos. En este momento no puedo entender
cómo este ser ha terminado la carrera de informática y hace diez minutos me ha
podido estar hablando de ecuaciones diferenciales y de cómo redujo al absurdo
otra ecuación que no sé pronunciar para entrar en una carrera que acabó en el
tiempo en que debía hacerlo. Escucho como parte algo parecido a una
pastilla. Y sus “joder, se me ha caído”
o sus “ bueno, da igual”, mientras sigue cortando sobre un saliente de plástico
de la ventana del autobús lo que parece ser algún tipo de droga: cocaína,
speed. Me da básicamente lo mismo. Tira la mitad al suelo y la otra mitad se la
mete por la nariz. Entonces se vuelve mientras aspira con fuerza, cargado de energías
renovadas y me dice como si la vida le fuera en ello y de una manera que solo
podría ser trascrita si fusionásemos todas las palabras “sabes tio una vez me
follé a una actriz porno”. A esto, que yo, incrédulo y con mi cara de sorpresa
solo acerté a pronunciar unas escuetas: “ah ¿sí?”. Pero él no estaba dispuesto
a parar. “Pasamos un fin de semana entero en un chalet suyo de Mikonos,
¿sabes?, las islas griegas, y claro, fue porque nos encontramos en una fiesta y
yo la invité, pero ni zorra de hablar alemán, porque ella era de allí, y nos
entendíamos en inglés, pero después la invité a un par de copas y a unas rayas
y nos fuimos de fin de semana a Mikonos, ¿sabes? Luego fui otro día a un ciber
a verle las tetas mientras se follaba a siete negros – aquí desconecté mi
cerebro y me limité a escuchar con los ojos muy abiertos y a asentir cada
quince segundos aproximadamente con la única esperanza de que no me apuñalara
en algún momento porque se le terminara de ir la cabeza- pero el tio chino del
ciber me dijo que yo no podía hacer eso, así que le pedí un biofrutas y me lo
trajo caliente, ¿te puedes creer? , y encima no me dejaba mirar a la tía esta
entre tanto negro, que en realidad era un poco zorra, ¿sabes? – si volvía a
decir “¿sabes?” podría ser yo el que necesitase una raya de eso, o tal vez un
puñal para librar al mundo de tal especimen-, porque la verdad, yo no pensaba
que una actriz porno fuera tan...
Corto su conversación de pajas en
ciber y sexo entre drogas en Mikonos, de ex-mujeres y ex-amigos, y le aviso de
que la parada del autobús que busca, la de Torre del Mar, está próxima. Me
dedica una mirada de sorpresa, probablemente porque me estaba contando cómo le
compró un piso a su mujer y ésta se fue con su mejor amigo, un “pijito” que
siempre lo hacía todo correctamente. A estas alturas sé que la mujer hizo bien,
no se lo dije y preferí lo de la parada de autobús, señalándole delicadamente
por dónde podía salir. Recogió todas sus cosas mientras yo me agazapaba en el
asiento y miraba a la ventana –no por ella- y por el rabillo del ojo a lo que
hacía el terror de los chinos de ciber y las actrices porno, presto a
levantarme y cambiarme de sitio en cuanto él dejara el autobús, lejos del hedor
que invadía la zona de atrás.
Mi cerebro descansaba todavía aturdido por la existencia de personas
tan dispares en la comunidad de seres humanos y llegué a la conclusión de que
mis pensamientos extremistas sobre la inapetencia de la humanidad por los temas
elevados y por la sabiduría es, a la vez que absurda, más cierta que nunca. Me
siento un poco más adelante en el autobús y descanso mientras veo cómo éste se
acerca a la ciudad que era, sin yo saberlo muy bien, mi destino. De hecho,
pensándolo bien, si hubiera cogido un tiket hacia cualquier otra parte del
mundo, lo hubiera asumido como tal. No recuerdo nada bien desde que tomé el
café y entré en el mundo de los vivos. Dónde dormí y con quién me desperté se
me hace difícil de recordar y estimo imposible saber qué es lo que he estado
buscando toda esta tarde antes del primer sorbo. Mis ansias por hacer algo
siguen intactas, pero qué hacer en este mundo en el que algunos se meten por la
nariz sustancias que.... un momento –pienso-, y me dirigo rápidamente a la
parte de atrás del autobús aguantando la respiración hacia donde estaba sentado
antes y urgo un rato. Sí, aquí está: droga gratis. No sé para qué, pero mi
instinto humano más básico me ha dicho que podría sacar algún beneficio de lo
que tengo ahora en la mano. Por otra parte abandono todo pensamiento sobre
hacer las cosas bien y la búsqueda que llevo a cabo. Si es verdad que a las
personas se las mide por sus actos: acabo de cagarla.
1 comentario:
Enhorabuena * _ * Me ha conquistado
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