Frasario

"Y todo comienzo esconde un hechizo"

José Knecht

27 jul 2010

El genio de la lámpara.

Brillaba como nunca, y durante un instante fui consciente de mi ser en su totalidad, hubiera alcazado el éxtasis al mirarme en el espejo, si lo hubiera encontrado. Desprendía esa luz que los santos y vírgenes describen místicamente en la unión de Dios con ellos mismos, tan, tan intensa que se hace ajena, extraña, ardiente y vivaz. Pero descansé y vi aquel tardío momento, o quizá estado en el que un hombre, en mi casa, mi propia casa, se sentaba junto con una joven pelirroja en mi propio salón. Yo los observaba, víctima implacable de la profanación absurda con denostado sentimiento de extrañeza. Había vivido en aquella casa durante tánto tiempo que ya no recordaba exáctamente el último momento en que alguien con vida, aparte de yo mismo, se presentó aquí, aunque me vienen a la memoria momentos en los que esta casa estuvo llena de vida. Y ahora, sin ser más que una osadía, tenía delante a aquel hombre y a aquella mujer en distendido y relajado estado en mi propio salón. Yo, que por designios oscuros de la naturaleza, en los momentos en los que porfín despierto del aletargado estado en el que generalmente me encuentro padezco una profunda monomanía que me mantiene ocupado en las más diversas y extrañas formas de la naturaleza. Cualquier cosa se hace extensa y dilatada, y un momento de propia consciencia es proclive a arduos pensamientos que me mantienen ocupado durante toda la tarde, hasta que, exhausto, vuelvo a caer en los brazos del sueño para despertar en algún momento. Y sin embargo, gozo de buena salud, hubiera de pensar, un avezado lector, que , cómo alguien así, pudiera realizar tales hazañas, refiriéndome claro está a la posibilidad de estar despierto, o durmiendo tanto tiempo, sin comer o hacer cosas normales y decimonónicas sin morir de inhanición o locura. Pero bien es cierto, que, también por mi naturaleza, necesito muchísimo menos comida y bebida de la que vosotros creéis, y la cordura hoy en día está sobrevalorada.  Además, en esos momentos de lucidez y brillantez, ni siquiera me considero, sea o no, por mi enfermedad, normal a otros seres que me rodean. Y aún, viviendo solo -generalmente- reconozco que debido a mi enfermedad, he pasado tantos años dormitando, que aprendí a gastar menos de lo necesario, que es cercano a la nada. Llamenme chamán. Pero no, en absoluto, pese, sí, a mi enfermedad se me olvidan aquellos dos seres entretenidos en mi salón, no, y aunque me pierda en cábalas, los veo pertinentemente sentados en ese sofá rojo, que, sí, sí, resulta ser de mi propiedad y están usando. Ahora no, por supuesto, encuentro el momento a decirles que huyan o se vayan, o a echarlos con mi propia voz, pese aunque lo piense. Me veo en un extraño estado mono-maniático, por no hablar de la tremenda luz sagrada que en este momento me ilumina, lo extraño, de todo esto es que todavía no la hayan visto, y alarmados, vengan a ver quién está detrás de la puerta y puede verles, sí, lentamente acercarse y besarse sobre mi sofá. Lentamente quedos e iluminados por mi terrible haz sagrado que comienzan a mancillar tumbándose y escondíendose, hundiéndose en mi propio sofá rojo carmín, vivo como los lábios lascivos que pretenden el oscuro momento de concupiscencia y lujuria y esperan convertir mi pequeño sofá en un tálamo lleno de sinpudor y pecado. Mi inapetencia va más allá, y la luz –sagrada siempre- que desprendo me recuerda que estoy mirando la escena propicia para que en el momento adecuado, cuando más metidos estén en el papel del cortejo y consumación amorosa, les sorprenda, y, con tan estimada sorpresa les provoque pavor; pues soy comedido en mis actos, y aunque iluminado, protejo mis enseres y compañeros muebles que tanta comodidad dan. Ahora los extraños, aquel hombre fuerte y la pequeña pelirroja parecen tranquilos, altamente ocupados en sus diatribas sexuales y llenas de lascivo juego. Ahora es el momento, pero no puedo quitarme de la cabeza el halo brillante que ahora quema y avisa de mi presencia. Y, si fuera con él, me verían desde lejos, pues, ahora, me proteje la puerta que separa la entrada del salón, no obstante, si intento atravesarla, podrían verme. No es obsesión, ni mucho menos, pero la rendija proteje mi anonimato, y si ellos dieran cuenta de la sorpresa, inesperada pero pertinente que les deparo, correrían asustados –que es lo que quiero- , pero no por mi aviso violento, sino por miedo a lo desconocido. Si tuviera un espejo cerca, si supiera donde, en mi propia casa hubiese uno, podría quitarme el halo luminiscente, ¿no?, terriblemente calorífico de encima.
Un momento, que se levanta, él, claro. Desfachatez y profundo sinpudor, desnudo hacia mi posición, me ve, o a la luz. Sabía que la luz me descubriría, y qué, ahora entonces, me encuentro en una posición nada ventajosa, se acerca lentamente, como cae mi luz sobre las cosas, sobre el suelo y los cuadros que tengo delante, sobre la puerta, nueva y llena de cristales, y se refleja sobre la superficie que yace tras de mí. No puedo moverme, estoy clavado y, ¿refleja?. No, otra vez no, dormir el sueño de los vivos es terrible, y no. Veo la luz, ¡traición, 60W!, y después, ¡Clic!

3 comentarios:

Alruin dijo...

bla bla bla el verano mata neuronas bleubleubleu xD

Anónimo dijo...

¡Ah! Esta contagiosa monomanía...
Este parecía uno de esos relatos de mis blogs argentinos :). Y aunque la forma es inconfundiblemente tuya, hay algo así como una influencia.
Ese sofá rojo... ¿te lo puedo copiar?

Eso de lo trágico en lo cómico, o más bien al revés, contesta a algo que me preguntaba hace poco, aunque no lo había planteado así pero era justo eso; de nuevo, la "casualidad" me ha ofrecido la respuesta en una peli de W. Allen.
I.T.

bea meapalea dijo...

Guau!!! si bien es cierto...bravo.

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Me gusta doblar los libros, subrayarlos, pero sobre todo leerlos. Me gusta mi gata, más que muchas personas. Hacer tartas. Dormir cuando pían los pájaros y estar en vigilia cuando otros duermen. Huyo del gentío. Las cosas complicadas.