Frasario

"Y todo comienzo esconde un hechizo"

José Knecht

16 jul 2010

Entre Mujeres

La noche te asfixiaba, la ventana abierta dejaba pasar la leve brisa de una primavera tardía y marchita.  Las voces de la masa se oían a lo lejos, como profundos alaridos y quejas de gente sin sentido vital. Yacías en la cama, con los ojos abiertos y el torso desnudo, perdida la mirada en el mirar del devenir de los segundos y el tiempo; un tiempo estancado que olía a final de primavera y comienzos de verano, otra vez. El piso estaba casi vacío, tranquilo, en paz, terriblemente tranquilo, en una horrible paz, inerte, estancada, como las aguas quedas:  putrefactas. Los segundos se deshacían y los minutos y horas carecían de sentido después de que todo quedara quedo, en silencio, quieto, inamovible. Notabas una respiración, sí, tuya o de cualquier otro ser, la habitación en calma, en penumbra, asomaba a un callejón antiguo, estrecho, y de la ventana entraba ese pequeño resplandor de la farola que se sabe exangüe y titilante, una luz moribunda, callada, amarilla, amarga, sinestésica. Te descubriste levantando la mirada a las viejas cortinas, a las cadenas que salen del techo sujetando un palo de fregona que hace las veces de apoyo para armarios improvisados de tela, colgados, como cuerpos inertes y extraños, o al menos nada comunes, albergando poquísimo, apenas nada, algo de ropa y el dinero que al entrar dejabas allí, sí, igual que personas, atadas al yugo, sujetadas en volandas por cadenas que surgen del cielo y que les mantienen atados y a salvo de no caer al suelo, de no dar con los pies en la tierra, volando, llenos de poco más que ropas y dinero.  La noche era fresca ahora, por fin, pero el tiempo es pesado, y en tu cabeza ni siquiera se movía entonces, se cernía en deleites el pensamiento en repasar hechos y vidas que podrían haber sido las tuyas, en sentir anhelos, vivencias extrañas y oníricas con los ojos abiertos, fijos en un punto tenebroso cerca del perchero; de esos antiguos, de madera vieja y pintada de un blanco ajado por el paso de los años en aquel antro ahora abandonado al que llamar dormitorio. La visión se cerraba con el paso de los extraños segundos inexistentes, y mientras más fijabas la vista en algo concreto, más se cerraba la panorámica que advierte del resto de la habitación, de la existencia, de tu existencia. La especialización extrema, es una muerte lenta. La vista lo sabe y se ha dado cuenta ahora, y no antes, perdida entre cávilas, de que el tiempo está vivo, y que ni aquello era el limbo, y que sigues perteneciendo a la especie humana. O no.  Es entonces cuando sentiste el frío que transmite una breve brisa que pasa sin saber si quedarse o irse, se fue, y solo quedó el frío. No te levantas cansado, al contrario, quizá desganado, abúlico, pero activo en tu cabeza, paseas por los restos de una casa realmente abandonada y que se describe a ella misma como una mera sobreviviente de la vorágine social que desdeñas desde dentro de la misma, un poquito más hipócrita cada día dentro de tu incuria personal para con el resto del mundo asoma por un espejo que dejas al salir del dormitorio, un espejo viejo, lleno de tiempo perdido, dando cuenta de tu paso por un lugar yermo y muerto y te descubres en ese espacio vacío sin poder llenarlo solo: una casa abandonada a ratos y no. Las voces vuelven con más rigor y ahínco a avisar de que siguen ahí, de que alguien más en el mundo existe más allá de ti, y de que ese lugar ajado, frío, yermo, exangüe, triste, oscuro, vacío que conforma tu mundo, es solo una parte más del mundo vacío, oscuro, triste, exangüe, yermo y frío que habitas. Llegaste al salón, todo un logro coordinar pasos hacia el corazón de la casa, atravesaste el baño, el pasillo y la entrada, está lleno de muebles, agolpados sin ningún tipo de sentido: sillas, sillones, sofás, mesas descarriadas con cuatro patas; aberrante. Las paredes han sido pintadas una y otra vez, manchadas por manos que no conocen porqués ni cómos y dejaron sin embargo su huella marcando para siempre aquel lugar. La puerta está rota, desvencijada tras la lucha continua en la antigüedad contra hombres y mujeres, quién sabe si dignos o no. Y quién sabe si ser digno o no depende de unos cánones o no, de tener u obtener unas características precisas y precisadas para la sociedad selvática en la que vives; no, selvática no, salvaje en el más crudo y caníbal significado de la concupiscencia. Qué más te da, y qué más da, al menos hay luz en el salón y por fin entras, pero no enciendes la luz. La estancia está en silencio, la noche traslada sonidos inapreciables que se escurren por tu ombligo y llegan hasta tus entrañas haciendo que se estremezcan, es ese nerviosismo curioso del querer conocer, esa inquietud por qué olor tendrá la noche, o qué color el cielo negro, es esa inocencia de un niño frente a lo desconocido y ante la soledad de enfrentarse a lo desconocido, es el mirar confuso en penumbra hacia las cortinas manchadas por el paso del tiempo y la gente, es el frío que recorre los dedos de tus pies y talones y se transmite a través de tus piernas desnudas en la quietud de la noche. Qué nimio, qué insignificante el paso de tu tiempo y tu frío con respecto al de la historia que te precede y te sucederá; qué difícil entonces hacer balanza de tus propios actos y enmarcarlos en la verdad o la mentira, en la cordura de tu locura. Qué difícil ubicar lo efímero en el tiempo como algo que no carece de importancia, digno de mención. ¿Qué voluptuosas efemérides  buscabas en un salón viejo, joven viejo? Quizá ni siquiera tú lo sepas a día de hoy, en cualquier caso, hubo una respiración espectante, esperando. 
Pero en el imposible oxímoron de un instante eterno el tiempo detiene las aguas fluviales sin volverlas putrefactas motivando tu leitmotiv nada oculto a partir del momento en que tu Dasein expresa la verdadera esencia de su inconsciencia pronominal: morirse, atreverse, caerse, herirse, callarse. Mujer es tu lento Tánatos clásico, como un sueño donde caen el peso de los años sobre los días inexplicablemente para dar sinsentido a los mismos que derrochan los instantes de los que están hechos recordándote lo terrible de tu aquiescencia ante el destino deparado por tus innumerables Moiras. Finalmente, mujeres.  Y con la caja terrible, con el ánfora destapado - nuevamente por ellas- te miras por un momento las manos femeninas, como de pianista, al comenzar a escribir en el instante oximorónico lleno de incuria hacia el desdén observando como todas las horribles cosas desaparecen y se escapan entre los dedos mientras lo haces para conformar el mundo que vives, y tan solo la última y más extraña de todas queda, para mirarte a los ojos, que sientas su peso, y más tarde marcharse: Esperanza.
<<Ella fue la primera...>> Dices en la cabeza, pero la respiración observa lejana y te dignas a prestar atención al hálito del nuevo verdugo que durmiendo plácidamente, lo hace en tu misma cama. Desdeñas la posibilidad de romper el momento mágico y lleno de slow motion y volver al mundo lleno de salvajes obstinaciones de  la creación, de obstinados personajes creacionistas,  de vidas denodadas decididas a vislumbrar una salida en la teséica proeza de respirar la basura de las calles cada día producto de nuestra avanzada tecnología mecánica exultante, de morder brutalmente el aire venciendo  la resilencia de un río absurdamente viciado en su velocidad hacia el último delta, la última tumba, de ser –o no ser- otro tópico lleno de lana entre la autarquía que nos lleva a la más profunda seclusión del individuo en cuanto al resto del ser social –si se puede decir social-, de ver como el alejamiento prófugo de cada persona contrasta con sus sonrisas candentes, pertinentes, lícitas, correctas y comedidas ante la visión de lo horrible que le presenta cada día el abrir de su puerta comunal –que no falanstérica- , o sola, después del desayuno y enfrentarse al sol; de ser otro ser, un  ser impuesto al ser.  Así que te induces ese profundo estado de alteridad necesario para la comprensión de hechos que de otra forma estarían supeditados al paso del tiempo, maldito tiempo, y explicas en tu cabeza la necesidad de la objetividad desde tu verdad más subjetiva y vuelves al razonamiento que te sacó de la cama y llevó hasta el salón:  <<Ella fue la primera, pero no la última. No la habría conocido Francisco de no ser porque eran compañeros de clase en aquella época en que la juventud se desata en primavera y verano comúnmente para dar paso a encuentros llenos de amigos comunes en teterías, heladerías y paseos con el frescor del relente nocturno y veraniego. En el sur...>>  Ni el tiempo ni el silencio pasan en vano, en un sur descuajaringado que añora y sueña de lejos una mejoría nunca llegada, que vela por y osculta su horizonte plagado de mareas inmóviles, un sur triste lleno de sinestesia, donde las tardes están ajadas por un sol magenta que baña las costas montañosas color oro que fácilmente conforman el verde con poca agua y la luz dorada que exuda toda su orografía y el sol callado que no calienta, que quema con su calidez y pone a prueba la resistencia de un aire cuajado de esperanzas mordidas por fragmentos de vidas humanas, un sur de un oro machadiano cansado, de un azul de Juan Ramón ecléctico, un oscuro sur bequeriano y desalentador, lleno de la exangüe roja llama de Lorca, falto del bucólico cambo de Espinosa. El sur se ha convertido en un bastardo locus amoenus echado a perder por sus gentes y cantado por sus poetas muertos, desvencijados tras la ardua tarea de mirar la naturaleza más allá del urbe: sus montañas, su aire, su sol, su mar. Se ha hecho el sur con un sol siempre en su cénit, es ahora una puta de ojos verdes que regala vida y placeres a sus gentes a cambio de nada, ha sido inspiración y también testigo de un tiempo que yace inerte en sus ciudades y corre raudo en las lozanías de sus ríos y cauces y montes y flores y árboles y frutos y pájaros y animales y seres.  Fue un canto, un planto, lo fue todo y nada y un poco más, ha sido y es una foto magenta con el sol apartado y las crestas de sus montañas cortando la luz separándola en haces magnéticas a la vista, aún un pueblo apartado, una casa solitaria, un cielo sin nubes, el sur es aún un cuadro por pintar. Pues es, y solo tal vez, un hogar. <<...las tardes son tranquilas pero calurosas, sobre todo en el verano. Aún así las noches, si no es agosto todavía, tienen un frescor que anima a sus gentes a salir a la calle y visitar terrazas. A Esperanza, una chiquilla por aquel entonces, tranquila y metida en sus cosas, hija de su madre y su padre, con dos hermanos, le gustaba estar en la calle con a los que llamaría en aquel entonces amigos y compañeros. Ella era una chica callada, así como Francisco, y durante semanas hubieron de salir siempre acompañados de sus amigos para dar a conocer la relación que cuajaba desde hacía días por aquel chat que años más tarde ninguno de ellos usaría. A aquellas edades nunca fue fácil declararse>> <<¿Qué haces aquí>> dice, <<Nada, aquí>> digo. Y sacándote del estado de inopia inducido en el que pasaste, tras mirar el reloj, no más que una triste media hora te levantas y te diriges hacia ella, que está desnuda en el marco de la puerta con los ojos hinchados de dormir, la besas y la acompañas hasta la cama <<Vamos cariño>> te muestras cariñoso y tranquilo, como si ninguna de las voces que proceden de la calle, terribles alaridos, te perturbaran en aquella burbuja llena del calor de los enamorados, pero lo hacen, y entristeces a cada paso solo salvado por cada fugaz mirada de sueño que os cruzáis.  <<Ven que yo te acuesto>> dices <<quédate “porfi”, que duermo mejor cuando estás, y luego te vas cuando me quede dormida,anda>> dice, y os tumbáis. Se acurruca. Fuiste y ahora duermes; entre alaridos extraños y gritos de dolor nocturno, entre sonidos apagados que llegan en un común terror y rasgar de vehículos lejanos, voces vacías que expresan sonidos vivaces y muertos,  más bien vacíos, de personas. Duerme, tranquilo, mañana vivirás un día más en la voraz selva que te alberga, más allá de tu frío lugar de reposo; aprovecha la escasa compañía. Cuando salga el sol el mundo habrá despertado, y tú, obligadamente,con él.

El sol volvió a salir por el este, el mundo seguía siendo mundo y la luz de la alborada y el viento cálido no fueron suficientes para apartar las arenas de los párpados de la pareja. Hubo de llegar el medio día de un sur español con su calor lleno de sofoco y asfixia para hacer despertar al par durmiente, exhausto por la petit-morte que la noche les brindó en su frescor altanero anteriormente se levantaron perezosos en el acalorado y nuevo día con la claridad entrando a raudales por las ventanas del lugar otorgando ocasión a tranquilos movimientos que describieron entre extraños arrumacos llenos del sudor de la mañana, poco después iniciaron la recogida de sus enseres y la ulterior marcha de aquella casa, que con las luces del nuevo día y sus paredes blancas y desnudas, sin siquiera cortinas las ventanas y abiertas todas por el calor, ahora contenía una agobiante luz diurna para el que se sabe trasnochador y domador de exultantes excesos. Los ojos de ambos corrían henchidos en sangre por la bebida de la noche anterior, y escondidos tras sendas gafas de marca - otra marca más de las lisonjas deparadas por el secular estado de bienestar que ostentaban- abandonaron la casa llave en mano cerrándola y dando una, dos y tres vueltas al cerrojo de la puerta blindada donde el barniz anciano daba signos del abandono que había seguido a la mudanza de la familia claramente matriarcal en la que vivía el insomne de la noche anterior. 
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Fusión y creación en un viaje iniciático "Entre Mujeres". Cualquier parecido con la realidad es totalmente casual. Es todo única y exclusivamente ficción.

2 comentarios:

Alruin dijo...

Tu bi continueh

Pilar dijo...

Vaya. Cuántos cambios! También borras ¿eh?
La música de ahora me encanta.
Espero que continúes este :)

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