Frasario

"Y todo comienzo esconde un hechizo"

José Knecht

2 jun 2010

Weich

Weich!, es un saludo como otro cualquiera. Yo lo uso más que Hola, incluso con gente que no sabe qué significa. Enfermedades pequeñitas imposibilitan mi marcha a otras esferas - guiño, guiño-, pero desde casa hay que seguir trabajando, leyendo y aprehendiendo, que para aprender ya está el cole.


“¡Qué incomprensible tendría que parecerle a un griego auténtico Fausto, el de suyo comprensible hombre culto moderno, el Fausto que se lanza insatisfecho a través de todas las facultades universitarias, entregado, por afán de saber, a la magia y al demonio, y al que basta poner junto a Sócrates con fines comparativos para darse cuenta de que el hombre moderno comienza a presentir los límites de aquel placer socrático del conocimiento y que, desde el vasto y desierto mar del saber, anhela una costa!”
                                                             Friedrich Nietzsche. El nacimiento de la tragedia.pag 155. Alianza editorial




Quien siempre desea, aspira y lucha, merece recibir la salvación
                                                                                  Goethe. Fausto. pag 412. Austral








La pervivencia de lo trágico en Fausto a partir del Nacimiento de la tragedia.






Y qué incomprensible se nos hace entonces, también a nosotros la tragedia. Las obras han ido aclimatándose a la idiosincrasia de nuestra cultura, nuestra búsqueda del placer socrático, en afán de la sabiduría como mero medio de sanar nuestros anhelos existenciales nos acarrea la concepción del hombre socialmente correcto, alejandrino. Y quién no podría sacar un perfil fáustico en este intento de conocer el mundo más allá de límites cognoscibles mediante la sabiduría. Resulta ser una visión mayestáticamente apolínea en cuanto a que su búsqueda de conocimiento descarta cualquier placer trágico, en esencia, más cercano a lo dionisíaco. Fausto, conocedor del mundo, alabado, destacado doctor de derecho, teólogo, no es capaz de dar cuenta del límite de la sabiduría socrática presente en la búsqueda del hombre docto, que no culto. Como bien explica Nietzsche se nos han vendado los ojos con leyes que sirven solamente como mera apariencia de sustento de realidades aparentemente únicas, universales y verdaderas de las cosas, siendo así imposible el verdadero conocimiento acerca de la esencia de las cosas. Pero, con la inspiración que suscitan las mentes inquietas, Goethe, describe perfectamente una cultura personal en Fausto que termina por convertirse en trágica tras la necesitada experiencia dionisíaca que exigía dicha visión. La ciencia, es reemplazada como meta suprema por la sabiduría, y se intenta entonces aprehender el mundo en cuanto a sentimiento universal de amor y sufrimiento eternos juntos. Claro que la tragedia murió en Grecia, pero la pervivencia en algunos autores está claramente implícita en sus personajes y temas, y más aún con la violencia que se nos presenta a ojos del un mundo socrático la dionisiaca visión, delirante, trágica de un mundo que escondía la sabiduría real, que ulteriormente elevará al hombre en vez de cegarlo en su búsqueda entre polvorientos libros.
La música, generalmente representación apolínea del arte en cuanto a que resulta la experiencia más originariamente trágica y la música del lenguaje utilizado: la poesía, en versos conocidos o libres, expresa la voluntad incitada por nuestras fantasías para dar forma a aquel mundo de espíritus del que nos habla Goethe. Además, qué gozo sería poder recitar y leer; ver las imágenes al tiempo que la concepción dionisíaca de la música, expresada en la universalidad de las formas, resalta los conceptos que habremos de leer dándole así la significatividad más alta a lo expuesto. Las alegrías concebidas en la captación de lo trágico son una manera de exponer nuestros deseos dionisíacos en la imagen del héroe, que aunque negado bajo el yugo de una suprema voluntad nos muestra lo decadente y bello para tomar conciencia y sabiduría del mundo. Lo apolíneo escenificado resalta el fondo negado dionisíaco que anhela el hombre bajo, finalmente, en la contemporaneidad, el mando de la cultura socrática.

De igual modo, pese a que no se trata de una tragedia como tal. Fausto resulta contener multitud de elementos aislados que parten de ese sentido dionisíaco e ineludiblemente trágico del que parte Nietzsche para establecer el origen de la tragedia. En Mefistófeles, o más bien, con su llegada, vemos todo el aprendizaje dionisíaco de la expresión más alta del hombre alejandrino, cegado por el
conocimiento apolíneo de la cultura y la verdad. Negando así, el sentido oculto que movía tantas fuerzas en el mundo y que cuando se descubren, experimentadas más tarde, bajo la exigente vista de dios y el demonio, en la captura de lo dionisíaco y la vuelta al conocimiento y búsqueda de la sabiduría con el sentido trágico de dos vidas, una dionisíaca y otra apolínea, le hará poder exclamar: < Detente, eres tan bello >. Se cumple la apuesta y se desea parar el tiempo cuando Fausto, tras la experiencia clásica, trágica, tras descubrir y escrutar en lo más bello y horrible, tras conocer el sufrimiento y la desazón, consigue avistar la posibilidad de vivir < en una tierra libre con un pueblo libre >, algo no acabado, pero que encierra la posibilidad de que se lleve a cabo. Inacabada, Mefistófeles cumple con su parte y Fausto se eleva como ser que aúna lo trágico en cuanto a conocimiento dionisíaco y apolíneo, al igual que los muchos seres que encontrará a lo largo de su extenso camino, que, como no podían ser de otra manera, pertenecen a lo etéreo, mágico, divino, y en última instancia a lo clásico. Y es que no puede ser de otra manera encontrar ambos sentidos aunados en otro lugar que en lo extraño y loco, negada la necesidad de la conciencia apolínea del mundo se pueden dar rienda suelta a los deseos dionisíacos de la concepción del mundo, y como Fausto, disfrutar de mujeres, del horror de matar, de ser rey apenas, juez y amante y conocedor de la pervivencia trágica de la mujer y la belleza: la Helena a él debida , que le hará exclamar: “¿Y no debo yo, con la violencia más llena de anhelo, traer la vida a esa figura única entre todas?”. Tal y como el héroe griego, se aventura en lo desconocido, mágico y loco, dionisíaco, hacia la búsqueda del sentir más oculto negando cualquier verosimilitud apolínea. Marcha a Walpurgis, pero clásico esta vez, para culminar su examen con la conciencia dionisíaca de la concepción del mundo y su sentido trágico, donde poco después, alcanzará en comunión el sentido trágico final, justo antes de su caída.


Es lícita, claro que sí, la muerte de Fausto en la obra de Goethe, pues sólo de esa manera se nos hace presente la inequívoca visión fáustica de huída hacia delante, hacia la experimentación del conocimiento más dionisíaco de la visión del mundo, dominado finalmente por una cultura socrática. No puede ser de otra manera, que su caída, nos exprese, tras cegar la visión con la verdad más ambivalente, esto es, trágica; la inquietud de haber llegado al culmen de la hermenéutica, y así ésta le saje los ojos. Tras esto, la visión, como sentido más importante de captación de la verdad y conocimiento, ya no le es necesario, la inquietud expresa que a quien su poder no le sirve de nada, una eterna oscuridad se cierne sobre él. “El placer y el pesar, le retransmitirá a un mañana nunca satisfecho”. Y así, en la confluencia de ese saber, no podía ser de otra manera que la cultura trágica se extinguiera al igual que nuestro protagonista. Fausto perece conquistando su afán y Mefistófeles también, pero es salvado por un deux machina que da sentido a su búsqueda de una libertad trágica en un país libre. Acometemos pues en la visión de las acciones más torpes provenientes de las pasiones más bajas del hombre, y su contemplación hace que simpaticemos con los supuestamente horribles en la obra y con el héroe, conclusión del sentido trágico, y por ende de lo horrible y terriblemente bello. Condenado en desmesura a defectos el héroe y su ulterior actuación contra leyes divinas en su viajar terrible, han de ser castigados sus crímenes. Pero Fausto aquí es salvado, sin embargo, él se ha transformado, ha nacido ya en su camino un ente diferente en la primera y la segunda parte del libro. La representación continua de sentimientos de piedad y terror que encontró en su caminar, han permitido que su mente purifique sus pasiones y se produzca la catarsis final en nosotros. Es trágico, claro que sí el final, donde nuestra toma de conciencia se lleva a cabo, comprendiendo al igual que los personajes, distanciándonos de nuestras propias pasiones, como alcanzar un nuevo nivel de sabiduría. La caída y su debilidad son necesarias en cuanto a predestinadas. El trasegar de la narración llega inevitablemente a ello. Podemos admirar la grandeza de lo conseguido, o en Fausto, la posibilidad de lo conseguido. Pero reciba entonces cabida la cita que encabezan estas páginas y resume la obra de Goethe en boca de los ángeles, mensajeros de Dios: “Quien siempre desea, aspira y lucha, merece recibir la salvación”. En contraposición a lo puramente clásico de la tragedia.

Es pues clara la necesidad de la consideración alegórica en Fausto. Lo helénico, y más concretamente lo dionisiaco, pervive en “los Misterios y, a través de las más milagrosas metamorfosis y degeneraciones,
[que] no deja de atraer a sí las naturalezas más serias.” Es en Walpurgis el lugar en el que aflora y se desprende Fausto de sus últimas reticencias para con el mundo dionisíaco, allí concibe el mundo como un lugar donde los placeres son lícitos y la música se enarbola por doquier con las pasiones más mundanas y negadas en otra instancia. La música de las brujas, no solo en lo dicho, sino también en que Goethe dota de otro ritmo a esos coros que expresan otro mundo nuevo y por descubrir que le será revelado a Fausto y del que partirá para la nueva implicación en un mundo extraño y lleno de deleites; junto con la ya experimentada en su anterior vida apolínea y socrática le servirá para alcanzar el final trágico. La búsqueda, no obstante, fue alegórica, no dentro del texto, en el que ocurre la acción de forma veraz, sino para nosotros los espectadores. El mito fáustico quiere ser sentido como “ejemplificación única de una universalidad y verdad que tienen fija su mirada en lo infinito”. La fantasía, a nuestros ojos, impregnada de lo dionisíaco se nos revela tras un mundo teórico para el cual el conocimiento es más válido que cualquier arte. Damos cuenta de elementos que despiertan nuestra inquietud – y al tenerla aún podremos conservar los ojos y anhelaremos la verdad- de la concepción trágica de la obra y el mundo al que da cabida.

La poesía marca el ritmo en la obra original, la música de las palabras cobra sentido en una obra de teatro no hecha para representarse pero susceptible de valores trágicos que se desarrollan con fidelidad clásica y actualización de temas. Pero que trasciende épocas y se coloca en la Grecia clásica para mostrarnos su más sincera aportación a la explicación de la creación de las cosas y el mundo. Concepción dionisíaca, clásica, existencial y trágica. Las esfinges son portadoras también de sabiduría que la cultura socrática de un Fausto, ya versado en deleites dionisíacos aún no sabe adivinar, aunque poco a poco; con la caída no de él, sino de su hijo, comprenderá y aprehenderá para sí y sus adentros, entrando en un nuevo nivel de sabiduría, como aquellos espectadores de la tragedia clásica; ese sentimiento que pervive en Fausto de superación, eterno deseo y anhelo, y por ende, salvación.

Pero la mascarada no se da sólo de una manera alegórica. El teatro también está presente en Goethe explícitamente mientras quiere significar valores que se acercan al conocimiento de la vida a través de una concepción trágica y dionisíaca. La poesía, y su musicalidad, vertientes de la visión dionisíaca de la realidad, se encuentran sesgadas tras la aplicación al mundo de la ciencia, que destruye su núcleo temático hasta el momento: el mito. Si hemos admitido hasta entonces que la música puede volver a sacar de sí el mito con la fuerza creadora que ésta posee, así la poesía, expresión musical de la palabra que inicialmente parte de un conocimiento apolíneo pero que consigue un placer dionisíaco en la provocación de los límites de la ciencia; entonces podremos decir que Goethe, en Fausto, consigue el mismo efecto en sus cuadros más significativos, y hace valer la teoría de que en el mundo real de la narración – esto es, alegórico- no tiene cabida la poesía, pues es un arte demasiado bello, incomprensiblemente claro y dionisíaco, contrario al mundo socrático que da verosimilitud la narración que enmarca lo fantástico. Así nuestro protagonista atajará a su cochero –representación de la poesía- en la mascarada de carnavales: “¡Corre a tu esfera! No es la de aquí. Aquí confusas, agitadas y salvajes, nos rodean visiones grotescas. Sólo allí donde miras claro a la noble claridad, y eres dueño de ti y en ti confías, ve, allí donde lo bello y lo bueno agrada, ve a la soledad y haz allí tu mundo”. Lo dionisíaco, origen en última instancia de lo trágico, ya sea de una forma o de otra, no tiene cabida en el mundo real, en una doble negación, pues veremos cómo aunque de forma dogmática se le presta la vuelta a su esfera, vemos como la poesía subyace no sólo en los coros y cánticos de la obra, sino en la actitud e idiosincrasia de los personajes, y Mefistófeles como máxima expresión de deidad dionisiaca, dador de todos los placeres y por tanto sufrimientos más profundos y experimentativos para el hombre. Y claro, así el muchacho cochero, poeta, se considera “derroche, yo soy la poesía, soy el poeta que llega a la plenitud al derrochar su propia posesión” visión puramente heroica. “Yo soy también inmensamente rico y me considero en esto igual a Pluto [Fausto]; yo le animo y adorno sus festines y le sé procurar lo que le falta.” Y le faltará, hasta el final de la obra: eso que tiene la visión artística de la vida: la capacidad de como el muchacho, al chasquear los dedos haga que de algo real, arquitectónico, apolíneo, socrático surja oro, piedras preciosas, broches y apariencia. Apariencia que

poco a poco, en la alegoría de su segunda vida habrá de leer las claves de la concepción trágica que dirige su vida. La posterior visión de Helena en uno de estos juegos al emperador le hace ir tras ella tras la negación de su Fausto doctor, y la afirmación de su Fausto maduro, experimentado en artes no doctas, con conocimiento no solo de una parte de la vida, sino de la otra también.
Entendemos entonces a Fausto como una obra parcialmente trágica, con elementos que perviven en ésta y toman significado leídas desde las tesis Nietzscheanas. Justamente nos da Mefistófeles una de las claves de la desaparición de la tragedia con respecto a la aparición de las culturas que nos presenta Nietzsche en su obra: alejandrina, socrática y budista.

Mefistófeles: [...] El pueblo griego nunca valió mucho, pero os deslumbra con el libre juego de los sentidos y seduce el corazón humano con alegres pecados, mientras que los nuestros siempre se verán tenebrosos. Y ahora, ¿Qué hay que hacer?

Es lógica la reacción de Mefistófeles, que aunque conocedor de una derivada sabiduría apolínea de la que parte su existencia: la religión; y aunque conozca ese placer experimental de los deleites y horrores dionisíacos, le limita su propia definición. No puede llegar a ese nivel de conocimiento de Fausto, y solo puede alegrarse o enfurecerse, palidecer o exaltarse, pues está destinado a ser, definido, limitado. Carece del libre albedrío del héroe, que lo hace único y espejo de nosotros mismos. Está un ser socrático en un mundo trágico, cargado del sentido más real de las cosas, del mito y la música, de lo apolíneo; no puede definirlo de otra manera que “seducción del corazón humano mediante alegres pecados”, y encierra esta frase, el sentido más contrario y trágico de la existencia de un mundo clásico donde la tragedia sí tiene cabida, aunque conlleve su ulterior desaparición en pos de un optimismo y positivismo científico que, como vemos, es ineficaz como único elemento de hermenéutica para Fausto, y por ende, para todos nosotros, espectadores de la tragedia que a nuestros ojos se revela.

Reconocemos además, en la obra de Fausto se nos revela posiblemente uno de los motivos más ocultos del nacimiento del sentido trágico y su concepción estrictamente dionisíaca. Reconoce Nietzsche en una obra de arte aquellas dos divinidades artísticas de los griegos –y parafraseo-, “Apolo y Dionisio, y reconoce en Apolo el genio transfigurador del principio de individuación, único mediante el cual puede alcanzarse de verdad la redención en la apariencia. Y Dionisio queda en un abierto camino hacia el sortilegio de la individuación y hacia las madres del ser, el núcleo más intimo de las cosas”. Son estas madres quizás las que vemos en profunda comunión con los esquemas y las ideas, principios platónicos, de ahí su inmaterialidad y su intemporalidad. El poder dionisíaco despierta en la obra de Goethe el sentido trágico de la vida, que le es mostrado a Fausto para dar sentido a su vida. Que desde un primerísimo momento anheló las profundas explicaciones a su mundo, producto de una cultura anterior y que deslinda sus límites en la obra de Goethe, dando pinceladas de un mundo trágico que subyace a lo largo de toda la lectura. Hay una pervivencia solitaria, idealizada, como las madres, donde los arquetipos de los que parte la tragedia, lo dionisíaco, se sustenta de alguna manera a través de la narración. Es así, aunque no una tragedia griega, una obra trágica.



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Como se nota que al final , subió la fiebre, y la desgana, y el quemazón y el calor nocturno asfixiante que no nos deja respirar,vivir, ni ayuda a la desgana, a la quemazón ni a la fiebre. Aunque no es brillante, y faltas tiene, ahí queda. Ahora a seguir leyendo.

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