tiempo,
ven a mi
y mánchame la cara
con tu desaliento
en un hálito de dragón profundo
y terrible
tremebundo
que abrase mis ojos
y quede ciego
¡Ciego!
Y da paso al misterio
de un no saber,
un no ver,
un no sentir
tan vallejiano como una guitarra
que sin cuerdas canta.
Llevame contigo, misterio,
no sanes mis ojos
déjame ver más allá,
allí,
donde el sueño es dueño
y el tempo lento
del mundo rápido, rapidísimo
no de alcance.
Déjame allí
tendido
sobre la niebla espesa
que se ve en montañas sin nieve,
en montañas de verde vestidas,
de fuertes piedras embestidas
que pesan
por el aciago destino del viento
imperioso
que la hace silbar
y gritar
lo que siento
en la noche eterna
donde no se distingue la luna,
donde no soy capaz de ver
mis manos,
los cantos
por la neblina;
y después,
trágame tierra,
montaña.
Hazme caer,
tempestuoso fuego
que nos vio nacer
y termina mi piel
bajo lenguas
y leguas
de fuego
y roca candente,
hazme sentir una vez más
antes de despertar
y que el tiempo disipe el daño
en mis ojos
y se haga del mundo dueño
nuevamente.
Abrázame sueño,
llévame no-saber,
largo,
tiempo.
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